Cuando tenía alrededor de ocho años de edad conocí a una lesbiana, era una maestra rural que iba de visita con una vecina de la familia. Ella llegaba de Zacatecas acompañada de su novia, una joven muy guapa que no pasaba de los 20 años de edad.
“La Maestra”, así la conocíamos, siempre calzaba botas vaqueras de tubo largo, porque además de que le gustaba vestir campirana tenía que usarlas para “ayudar” a su pierna que estuvo a punto de perder por un accidente de motocicleta.
En el comedor de la casa de mi gorda madre, “La Maestra” me explicó cómo era vivir abiertamente como lesbiana. Me adelantó que en la vida me hallaría con muchas personas con diversas preferencias sexuales. Me recomendó no discriminar.
Me dijo que ella se sentía como un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer.
Hoy me acordé de ella porque estoy escuchando a Lucha Villa y a ella le encantaba cómo cantaba esa mujer.
Me hablaba de los jaripeos y las charreadas. Tomaba tequila derecho y usaba texana. Era muy atenta con su novia y tenía muy buena charla, hablaba de cosas del campo y me narraba sus peleas de niña allá en el potrero, con niños que la retaban a realizar faenas de hombre en el campo.
Estudió en una normal rural y daba clases en una humilde comunidad. No se cansaba de recomendarme leer y viajar, de cultivarme y vivir experiencias para tener algo de que charlar con las personas y algo que recordar si es que llegaba a viejo.
Ya con varios tequilas entre pecho y espalda me contó que ella conquistó a su novia con sus charlas y el trato. A mis ocho años de edad esas cosas no me quedaban muy claras.
Para sus padres no fue fácil admitir que ella era lesbiana. Su mamá quería que hiciera lo que ella llamaba “cosas de niñas” y su papá deseaba que lo llenara de nietos. Aprovechó la oportunidad que tuvo y estudió, salió de su casa y anduvo por el mundo abiertamente como lesbiana.
La recuerdo con su actitud desafiante, con sus jeans vaqueros, sus botas de tubo largo, su camisa a cuadros y una texana. Tequila derecho y escuchando música ranchera.
No sé qué ha sido de la vida de ella, espero le esté yendo muy bien. Si un día me la encuentro le diré que no he leído lo que debería, ni viajado lo que quisiera, pero que sus consejos de “Maestra” fueron muy adecuados para un niño de ocho años.