Tijuana (México), 31 dic (EFE).- Pese al infortunio y la incertidumbre que padece la caravana migrante en el municipio mexicano de Tijuana, centenares esperan cumplir su particular sueño americano el próximo 2019.
Pocos celebrarán esta Nochevieja, pero esperan que el festejo sea preámbulo de un nuevo año que sueñan esperanzador más de 90 días después la travesía que los trajo hasta la «esquina de México», en la fronteriza Tijuana del noroccidental estado de Baja California.
Dentro de El Barretal -centro de espectáculos habilitado como albergue por las autoridades federales para enfrentar este fenómeno que trastocó la vida fronteriza e internacional- continúan unos 2.000 migrantes de los casi 9.000 que en su momento reportó la autoridad municipal.
Y aunque se encuentran a pocos kilómetros de la frontera, los migrantes consultados vislumbran su futuro inmediato como incierto y más difícil, por las barreras y obstáculos que han encontrado y por estar lejos del hogar.
«El sueño americano desde que salimos de Centroamérica siempre lo hemos tenido, salir adelante, dar estudio a nuestros hijos y pasar una vida mejor», dijo hoy a Efe el salvadoreño Ramón Torres, quien ya había vivido con anterioridad en Estados Unidos y regresó al país centroamericano por «razones personales».
Con sus pocos recursos, Torres se prepara para la Nochevieja como la hondureña Suyapa Lameli y su amiga Norma Araceli, quienes regentan un humilde -e improvisado- puesto de comida.
Para ellas el Año Nuevo será diferente. Lejos de sus pueblos de origen y de sus demás familiares. Trabajarán hoy, mañana y pasado mañana, en su puesto de comida para obtener dinero y mantenerse, en tanto se resuelve su situación.
Tanto ella como Norma Araceli preparan pollo frito y pollo guisado, arroz, fríjoles y ensalada. Venden el plato a 50 pesos (unos 2,5 dólares).
Los alimentos harán las delicias de los hondureños esta Nochevieja y, según bromean las cocineras, son mucho menos picantes que la comida mexicana.
«Al rato van a estar las baleadas», presumió Norma Araceli al hablar unas bolas de masa de harina preparadas con mantequilla y frijoles y típicas de su país.
Antes de este albergue, Suyapa Yameli Gómez Soles vivía en Ohio, Estados Unidos, con una visa por diez años. Pero renunció a todo para viajar por su hija de 18 años y llevarla con ella al país del norte.
A pesar de que sabe que pueden pasar meses y meses para poder cruzar, ella asegura que está dispuesta a todo.
Su amiga y compañera de fogones, Norma Araceli, advirtió que ya abandonó el «sueño americano» y ahora quiere vivir en México.
Y sobre todo, porque «están matando a los niños» en Estados Unidos, afirmó en referencia a los dos menores guatemaltecos que han perdido la vida bajo la protección de la Patrulla Fronteriza.
Como ellas, hay centenares de historias que corresponden a cada uno de los migrantes a quienes la inminencia de un nuevo año les tomó alejados de su país -Honduras, El Salvador y Guatemala, mayoritariamente- y de los suyos.
Salieron de sus naciones por temor, por la violencia existente y porque buscan un trabajo que les permita salir de la crisis económica.
Carlos, de 28 años de edad y originario de Olancho, Honduras, sigue con su intención de cruzar pese a las reiteradas amenazas del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Llegó en el segundo grupo de la caravana migrante. Y de oficio albañil se sumó a los peregrinos centroamericanos porque en su lugar de origen le pagan un salario de subsistencia.
Y en tanto esperan, desde el centro del refugio se observa cómo unos migrantes pusieron su arbolito con esferas y luces para recordar la Navidad, festividad que les mostró la cara solidaria de Tijuana cuando numerosas personas y organizaciones civiles les obsequiaron comida como pavos y paella, además de regalos.