El asunto de la globalización, lo sabemos, no es sino el reconocimiento de un fenómeno, el del mundo abierto, que se desarrolló hace ya medio milenio cuando se crearon los imperios ultramarinos y los pueblos del mundo comenzaron a comerciar unos con otros, pues allí donde sobra petróleo no hay trigo, y allí donde falta el maíz se puede exportar cualquier manufactura, un mineral, una especia y negarse a ello es negar que nuestro planeta es como es.
Resulta aberrante, por decir lo menos, pensar que una nación sola pueda proveerse de todos sus alimentos, todos sus combustibles, todos los insumos y maquinarias que necesitan para sus manufacturas, sobre todo cuando en este mundo que se nos está acabando es criminal apostar, para beneficiar un obsoleto e ineficaz monopolio estatal, por la generación de energía con carbón y combustibles fósiles, en detrimento de las energías renovables, más limpias y más baratas, aunque repentinamente en manos de los enemigos, en una postura oficial que ya es abiertamente chauvinista.
Para no hablar de cómo nos fue aquí en los años 70 con la búsqueda, infructuosa y contraproducente de la autosuficiencia alimentaria, que fue el pretexto para la especulación, la rapiña y la corrupción, hay que recordar que sólo hay un modelo que pretende sostenerse de espaldas al mundo, aunque no se corten cuando hay que pedir ayuda alimentaria contra la hambruna, y ese modelo es el de Corea del Norte.