La meritocracia tiene mala prensa en nuestro país, donde una masa acrítica siguió ya las indicaciones de Palacio y se unen en la condena del que discrepa y linchan al que se caracterizó como enemigo en el discurso presidencial, el “privilegiado”, que no protesta por la mala actuación gubernamental en materia económica, o contra los casos más evidentes de corrupción de miembros de la llamada 4T, o contra el galimatías que ya armaron con el asunto de la pandemia, sino, en las propias palabras de AMLO, “porque pretenden conservar sus privilegios”.
Todo esto luego de que por medio de los incondicionales, los opinadores a sueldo y los infaltables bots, se había ya criminalizado el hecho mismo de participar en las caravanas del pasado sábado, que en una veintena de ciudades de 17 Estados demandaban, para sintetizar, la dimisión del Presidente.
Parecía un error de cálculo o una falta de previsión de la manera que reaccionarían las huestes del Presidente, pues efectivamente las censuras a los manifestantes iban desde la crítica a los modelos de autos que participaron, a la reivindicación de que la calle sólo puede ser tomada por “los pobres”, un absurdo que dejaría sin derecho a opinar a cualquier grupo social, pero que muestra que el mandatario cumplió su cometido, el de dividir al país entre “pueblo” y “enemigos del pueblo”, un objetivo indispensable para hacer avanzar, aquí y en cualquier parte del mundo, la agenda populista.
Se sabe que cuando se logra tal grado de división, la argumentación, el debate de ideas, las posibilidades de diálogo, no sólo pasan a segundo término, sino que quedan eliminadas, pues la retórica se limita a mostrar una visión maniquea de lo negro y lo blanco y a reivindicar para uno el papel del bueno de la película, a dejar al adversario “del lado equivocado” y a difuminar todas las tonalidades de una realidad que en lo sucesivo será bicromática: nosotros los buenos, ustedes los malos.
Sobra decir que en las protestas, incluida la de aquí, se vieron autos de lujo, autos utilitarios de uso regular e incluso autos de gama baja y de modelos viejos, que entre los manifestantes había gente pudiente, mucha de la clase media, universitarios, profesionales e incluso gente modesta, pues en lo elemental del discurso de la división ya impuesta el ir en auto ya es en sí un factor que descalifica, pues el que tiene un coche, por barato o viejo que sea, es ya un privilegiado respecto al que tiene que usar el camión urbano y se coloca del otro lado de la línea que se ha trazado, el lado malo.
Sin embargo, de fondo está esa visión de que el tener algo es sinónimo de despojo: tú tienes un vehículo, un segundo par de zapatos o cualquier cosa, porque eres un explotador y nunca porque has trabajado, porque has sabido ahorrar, porque conseguiste forjarte un capital, modesto o no tanto, lo que al final es una lógica que criminaliza el logro personal y llega al extremo de condenar el concepto mismo de propiedad.
Sobra decir que los multimillonarios, los de verdad, no acudieron a la marcha, ellos andan ocupados, están haciendo pingües negocios con la administración federal, participando en sus obras o manejándole las cuentas bancarias de los programas clientelares.