Las palabras del Presidente, cada vez más notoriamente molesto con que sus palabras no se ajustan a la realidad, hacen estallar por los aires cualquier posibilidad de establecer, en nuestra vida pública y en circunstancias cada vez más graves y complejas, una racionalidad democrática que se sustente en los pilares del estado de derecho, en la pluralidad de opiniones y en la necesidad de que la tarea del gobernante sea puesta bajo escrutinio, tres asuntos que a él no es que no le importen, sino que escapan de su visión del rumbo que debe tomar el país.
Citando a Mateo (12,30) y Lucas (11,14), estalló ante la opinión de Enrique Krauze y dijo palabras, más o menos, de que el que no está con él está contra él, expresado de una manera donde él se coloca del lado del cambio, la transformación, su extraño liberalismo que escapa a cualquier definición, y al final del bien, de tal manera que la mera discrepancia con sus opiniones coloca al crítico o al inconforme del lado del enemigo, en el entendido de que como él encarna al Estado y es el portavoz del ‘pueblo’, censurarle se convierte en un acto de alta traición, y una advertencia para la prensa, justo cuando ayer celebrábamos, que es un decir, el Día de la Libertad de Expresión.
Resulta así que opinar sobre el cada vez más evidente mal manejo de la crisis sanitaria, o de su ruinosa conducción de la economía, no es un acto necesario de crítica que impone esa racionalidad democrática, sino alinearse con los enemigos de México, pues aquí, él lo dijo, se acabaron los tiempos de los matices, de las medias tonalidades, asumiendo un maximalismo que no sólo revela de nuevo su talante autoritario, sino que es ‘golpismo’, como dijo el domingo un periodista que apenas hace unas semanas le era afín, justo en el portal SDP noticias, donde de unas semanas a la fecha crecen las señales de decepción.
Y es que uno podría pensar que la democracia admite, es más exige, que ante las acciones de un gobernante, uno pueda estar de acuerdo con su política económica y discrepar del manejo de los asuntos de la seguridad pública, pues la democracia y toda la racionalidad moderna, sobre todo desde que el Liberalismo se impuso a las viejas concepciones pre democráticas, no reconocen ni cultos personalísimos ni verdades absolutas.
No es la racionalidad de esa cosa cada vez más deforme e inasible que es la llamada 4T, lo que hace especialmente elocuente que la portada de ayer de Proceso reclamara, en un tono cada vez más estridente, que AMLO quiere aplastar la crítica, pues la agenda personalísima reclama fidelidad absoluta, lo que recuerda ya el tono demencial de las palabras de Jeremías sobre “¿Este pueblo que no escuchó la voz de su Señor?”.
Pero una cosa, y aquí en este país cada vez es más preocupante la disolución de la línea que separa los asuntos de la fe y de la vida pública, es citar las palabras de Jesucristo como fundador de una religión, y otra escucharlas en un mandatario elegido por la vía de los votos, en un país que a trompicones estaba construyendo su vía democrática.
Tiempos difíciles son los que vivimos y peores serán cuando el porvenir inmediato depende de una voz que reclama, en el tono contenido en el Apocalipsis (3,15), donde se exige ser caliente o frío, so condena de que de ser tibio “os vomitaré de mi boca”.