Lo que pasó la semana pasada en Jalisco fue desafortunado en todos los sentidos. Primero. No es posible que la autoridad estatal se haya enterado un mes después de la desaparición y posterior muerte de una persona a manos de policías municipales de Ixtlahuacán. El abuso policial es algo que está metido en las entrañas de este país, mucho peor que el que se presenta en Estados Unidos. La labor de los cuerpos policiales es fundamental para que una comunidad pueda prosperar, pero esa labor debe ajustarse siempre a la legalidad, de lo contrario, suceden cosas como la de Giovanni. Por eso también se entiende el enojo y la indignación de miles de personas, sobre todo jóvenes, ante una muerte tan brutal. Y más ahora que el mundo sigue atento a las poderosas protestas en Estados Unidos por la muerte de George Floyd, a manos también de policías. Sin embargo, ese enojo y esa rabia, no justifican bajo ninguna circunstancia que se atente contra la vida de una persona, como pasó con un elemento de la Policía de Jalisco que de milagro se salvó de morir quemado luego que un joven le rociara gasolina y le prendiera fuego en plena manifestación. Lo que hizo ese joven fue una tentativa de homicidio y eso es un delito que se paga con cárcel. La misma justicia merecen Giovanni y el policía quemado.
Ahora, ¿qué hay de la política en todo esto? Es precisamente en este punto, en el de la política, en el que debería de imperar en nuestros gobernantes la mesura y la prudencia. Las serias acusaciones entre el gobernador Enrique Alfaro y el presidente Andrés Manuel López Obrador no abonan en nada a un país ya de por sí roto en su unidad y sumamente polarizado. No sé si a Alfaro o a AMLO les convenga, pero a nosotros como país definitivamente no. Y menos cuando estamos entrando en lo que será la peor crisis económica y social en más de un siglo en México. ¿Se imaginan ustedes a un país viviendo su peor momento en un siglo completamente roto y dividido? Como mexicanos, no nos demos el lujo de permitirlo. Demandemos de nuestros políticos y gobernantes, determinación, pero combinada siempre mesura.
México no es el único país en crisis. De hecho, todos los países del mundo enfrentan o enfrentarán, por culpa de la pandemia, sus peores crisis en décadas o en siglos. Lo que marcará la diferencia será la determinación de sus pueblos y de sus gobiernos así como la mesura de ambos. El ejemplo más claro lo encontramos en Alemania. Angela Merkel, la canciller, ha logrado sortear con éxito la crisis sanitaria y ahora se prepara para afrontar las siguientes dos crisis: la económica y la social. Pero lo hace en un entorno sumamente favorable: con altos niveles de popularidad, para ella y para su Gobierno, y sobre todo, con una estabilidad política envidiable. El ejemplo más claro de esa estabilidad es que hoy, la extrema derecha en Alemania, asociada a círculos nazis, pasa por su peor momento. A finales de año, algunas encuestas le daban un quince por ciento en intención de voto. Hoy no llegan ni al nueve. Y todo gracias al liderazgo, mesurado, prudente y sumamente efectivo, de la que sea probablemente la gobernante menos radical del mundo, la más aburrida para muchos, pero la más poderosa.
Qué envidia, de la buena, por los alemanes. Merkel logró estabilidad y logró apagar el radicalismo con mesura. ¿Será la misma clave para México? Quién sabe.