En asuntos de la salud se distingue, por obvias razones, lo que es un asunto de salud personal y los que son temas de salud pública, pues cada uno tiene derecho a mantener como un aspecto íntimo un problema de salud, pero siempre que sea estrictamente un problema que le afecte, pues cuando hablamos de padecimientos como el Covid-19 y en general todas las enfermedades transmisibles, sean un resfriado común o males más graves y letales, el asunto ya nos concierne a todos, pues en ese supuesto de protección comunitaria se funda la noción misma de salud pública.
Mucho se ha hablado de la salud de los altos dignatarios y sobre qué padecimientos pueden permanecer en la órbita de lo privado y cuáles no lo son, pues lo que le pasa a un ministro y mucho más a un mandatario se convierten en asuntos de interés colectivo, también por obvias razones, como lo dijeron los que hoy mandan en países cuando se propagó aquel que resultó el falso rumor de una enfermedad grave del ex-presidente Peña Nieto o cuando se solazaban con la supuesta dipsomanía de Felipe Calderón.
Sobre el Covid-19 ya varios dignatarios han resultado contagiados, como es el caso del premier británico, Boris Johnson, quien anunció su contagio, anunció que se resguardaba en la necesaria cuarentena, dejó los asuntos públicos al sólido entramado institucional del Gobierno del Reino Unido, superó la enfermedad y se reintegró a sus funciones.
Por supuesto que hablamos de una nación con siglos de tradición democrática donde el titular del Ejecutivo es sólo una pieza del engranaje institucional, que puede prescindir de un individuo como tal sin que ello signifique que las funciones de gobernar se vean afectadas, en contraste con nuestro país donde el peso dentro del Estado de la figura presidencial es inmensa y en donde la ausencia de un presidente sería de gravedad en cuanto a que paralizaría las acciones necesarias para el Gobierno del país.
Este rasgo de acumular poderes, funciones y responsabilidades en una persona se ha incrementado exponencialmente en este sexenio, donde AMLO no sólo avasalla con sus decisiones el peso del Poder Legislativo, sometido a él y las de la Suprema Corte, donde ha podido acomodar leales y para con cuyas decisiones ha sido especialmente crítico, además de la desaparición de las instituciones creadas para servir de contrapeso a un poder presidencial restaurado en menos de 19 meses.
Por lo demás, salve la ironía, no sabemos si al contagiarse de Covid-19 Zoe Robledo, el director del IMSS, incurrió en la mentira y en el latrocinio, luego de que hace una semana su jefe y amigo, el presidente, asegurara que no robar y no mentir ayudaba mucho a no contagiarse, lo que por lo demás nos lleva al escenario de que, según sus previsiones, y luego su negativa de hacerse la prueba tras estar en contacto con el funcionario hoy contagiado, la posibilidad de que AMLO pille la infección no es que sea remota, sino que, a pesar de que la ciencia afirme falazmente lo contrario, es prácticamente imposible, como es imposible que la Luna sea de queso.