Nezahualcóyotl (México), 19 may (EFE).- Con casco, mandil y guantes, Juan Carlos y Víctor Manuel trabajan en un crematorio que incinera al máximo de su capacidad en el área metropolitana de la Ciudad de México, que suma casi 2.000 muertos por el COVID-19 sin haber llegado todavía al pico de la pandemia.
El panteón municipal de Nezahualcóyotl, ciudad colindante con la capital mexicana, inició a finales de abril, en plena expansión de la enfermedad, su servicio de cremaciones en dos hornos con una capacidad para tres cuerpos diarios cada uno.
Desde entonces, los seis turnos están ocupados casi a diario y la mitad de los 65 cuerpos que se incineraron en la primera quincena de mayo eran de personas fallecidas por el COVID-19.
MÁXIMA PRECAUCIÓN EN LOS HORNOS
Cuando llega un cuerpo relacionado con el coronavirus, Juan Carlos y Víctor Manuel extreman sus precauciones y desinfectan sus botas, sus guantes, el casco y el mandil plateado que resiste las altas temperaturas provocadas por la llamarada del horno.
«Habitualmente quemamos cuerpos de 70 a 90 kilos con una temperatura de 600 a 700 grados. En la computadora nos indica cuánto tiempo nos va a tardar. Viene siendo de dos horas y medio a tres, depende del volumen del cuerpo», cuenta este martes a Efe Juan Carlos.
En sus siete años dedicado a este oficio, nunca había imaginado una situación como esta pandemia, pero lo ha sabido sobrellevar: «Uno se acostumbra también a este trabajo», contó.
Los cuerpos de fallecidos por COVID-19 llegan embalados en dos o tres bolsas negras y por precaución son introducidos al horno sin ser sacados de esos sacos mortuorios.
Basta con observar la chimenea del crematorio para saber si se está incinerando a un muerto por coronavirus, dado que la cremación de las bolsas de plástico emite un humo negro, mientras que en las incineraciones por muerte natural el humo es blanco.
«Los restos incinerados vienen siendo como una piedra de arena que la agarras y se desmorona. Posteriormente se muelen y se convierten en cenizas», explicó Juan Carlos minutos antes de entregar una urna con cenizas a unos familiares que aguardan en el patio trasero del horno.
INCREMENTO DE INHUMACIONES
Con cubrebocas y teléfono móvil en mano, seis miembros de la familia Carrera retransmiten en vivo el entierro de su esposo, hermano o padre, Cirilo, fallecido a los 48 años por una neumonía, para aquellos allegados que no pudieron acudir al entierro por la contingencia sanitaria.
Cirilo descansará en un nicho a los pies de uno de los muros que conforman este enorme panteón de estética setentera con una capacidad para 12.000 difuntos.
La pandemia no ha podido aplacar la emotividad de las ceremonias mexicanas. Durante la inhumación, suena la música favorita de Cirilo y los familiares rompen a llorar cuando el operario los invita a escribir un mensaje en la placa de cemento del nicho todavía fresca.
Aunque el Gobierno recomienda que los cuerpos con coronavirus sean quemados lo antes posible, no hay ninguna norma que prohíba las inhumaciones, opción preferida por la mayoría de mexicanos, un pueblo con una relación especial con la muerte.
Por eso, a pesar de que el panteón de Nezahualcóyotl permanece cerrado a las visitas por la contingencia sanitaria, permite el acceso para inhumaciones a pequeños grupos familiares, excepto niños y adultos mayores.
«Si es probable COVID-19, de manera inmediata se va a inhumar, no se puede despedir, no se puede abrir el ataúd y no se puede besarles, cosa que estamos acostumbrados a hacer como mexicanos», cuenta a Efe María Teresa Álvarez, directora del cementerio.
El panteón ha experimentado un brusco crecimiento de servicios durante esta crisis, de entre cuatro y seis diarios a picos de 14 por día. En abril fueron 112 inhumaciones y en la primera mitad de mayo ya se alcanzaron las 141.
La directora señala que «la gran mayoría son de muerte natural» y que son pocos los casos de COVID-19 confirmados, aunque llegan muchos muertos por neumonías, como Cirilo.
LA ZONA MÁS AFECTADA POR LA PANDEMIA
Mientras algunos municipios mexicanos libres de contagios andan ya hacia la llamada «nueva normalidad», la Ciudad de México y su vecino Estado de México, que conforman el área metropolitana, todavía no se plantean su reapertura social y económica, pues prevén llegar al pico de la pandemia a finales de mes.
De los más de 5.300 fallecidos acumulados en el país, 1.147 han sido en la capital y otros 735 en el colindante Estado de México, con especial afectación en el oriente del área metropolitana, donde se encuentra Nezahualcóyotl.
El alcalde de esta ciudad, Juan Hugo de la Rosa, dijo en entrevista telefónica con Efe que «se han disparado de manera muy importante» las inhumaciones y cremaciones en la ciudad.
Además, debido a los altos índices de pobreza en la zona, señala que «es muy difícil que la gente se quede en casa» para contener la enfermedad.
Por eso, el alcalde asegura que el plan de reapertura económica y social anunciado por el presidente Andrés Manuel López Obrador para junio no se puede aplicar en el centro de país, que todavía está «en pleno ascenso de la enfermedad».
«Desgraciadamente la gente se confunde y piensa que ya se puede regresar a actividades, tenemos que sacarles del error de que en esta región», concluye el alcalde, quien descarta un regreso a la normalidad antes de julio.
México suma al momento 51.633 casos de coronavirus y 5.332 fallecidos.