México, 21 may (EFE).- La pandemia del COVID-19 ha vaciado el Paseo de la Reforma, la avenida más importante de Ciudad de México. Ya no se ven diminutas personas bajo los rascacielos, excepto en las noches de lunes y miércoles: esos dos días hay una fila que ocupa toda una manzana. Son pobres de la capital formados para recibir comida.
«Hasta antes de la pandemia dábamos 200 cenas todos los miércoles» cuenta César Cárdenas, encargado del equipo de la comunidad católica Sant’Egidio que presta este servicio, mientras que ahora son «500 cenas los miércoles y 500 los lunes».
El servicio funciona gracias al trabajo voluntario de unas 30 personas cada noche de reparto, que se encargan de entregar, además de comida, gel antibacterial. También toman la temperatura a quienes esperan en la fila con cierto orden, aunque a una distancia de seguridad relativa.
La cola avanza rápido desde que el reloj marca las ocho de la tarde y los voluntarios empiezan su labor. Pero hay tanta gente esperando, desde niños a ancianos, que las bolsas con comida siguen saliendo de sus cajas hasta cerca de las diez.
«Llevo viniendo apenas un mes, que me invitó una amiga, porque están regalando aquí a la gente pobre una ayuda», reconoce a Efe Rocío, una sexagenaria que se ha quedado sin ingresos porque ahora no hay botellas que recoger y revender.
Rocío dice que «aunque sea poquito, ya es una gran ayuda» para ella y para los «muchos mexicanos pobres» que cree que hay, una impresión respaldada por los números.
POBREZA AL ALZA
Según las cifras oficiales, en el país viven más de 50 millones de personas bajo el umbral de la pobreza, un 41,9 % de la población.
Como resultado de esta pandemia, que ha dejado ya 6.090 decesos y 56.594 casos confirmados, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) estimó que hasta 10 millones más de mexicanos podrían verse en la pobreza.
Las cifras de desempleo formal tampoco son alentadoras, pues solo en abril se perdieron 555.247 trabajos adscritos al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), que representa uno de los principales indicadores del empleo regularizado.
Rocío, con su bolsa en la mano, no espera ningún apoyo del Gobierno, porque pese a ser nacional no tiene en regla sus documentos oficiales. «Pero aquí no necesito papeles, no les importa, dan un taco a todos», celebra.
Un poco más adelante en la fila, Antonio espera su cena mientras relata a Efe que él pidió uno de los 3 millones de créditos de alrededor de 1.000 dólares que prometió el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a pequeños empresarios y trabajadores.
«Yo ya hice un trámite cuando empezó esto, hace como dos meses, y no me han llamado», cuenta este parado desde hace dos años cuyo oficio era, y quién sabe si volverá a ser, la reparación de electrodomésticos.
Antonio, que ronda la cincuentena, acude desde que empezó su declive económico a esta céntrica calle de Ciudad de México para recibir comida, aunque en esta contingencia tiene que esperar el triple de lo habitual para hacerse con su ración.
«Ahora aquí está bastante gente por las condiciones de desempleo en México. Hay poco trabajo. Algunas empresas cerraron y mucha gente se quedó sin empleo», resume con paciencia.
CON EL ESTÓMAGO VACÍO
Ya muy cerca del punto de reparto está Minerva, una señora de media edad y un hijo cuyo principal ingreso proviene de los tianguis o mercadillos, de los que ahora «han cerrado varios por esto del coronavirus».
En el transcurso de su entrevista con Efe, Minerva no deja de mirar de reojo la fila que avanza, porque aunque le han apartado su sitio no se fía.
«Aquí se avanza rápido, pero hay otros lugares en los que no llega la comida», se justifica con una sonrisa.
Los voluntarios de la comunidad católica Sant’Egidio, asegura César Cárdenas, no se van a marchar mientras haya gente esperando, porque esto va más allá de alimentar a gente como Rocío, Antonio o Minerva.
«Que tú te preocupes por alguien cuando hay quien nadie más mira significa empezar a restituir la dignidad de la persona. Eso es lo más importante. Hay muchas personas que se llenan de esperanza que dicen ‘no estoy yo solo, no se han olvidado de mí'», reflexiona.