Viena, 7 may (EFE).- Negarse a luchar por Adolf Hitler le costó la vida. Cuando se cumplen esta semana 75 años del final de la II Guerra Mundial, el caso del objetor de conciencia austríaco Franz Jägerstätter es cada vez más conocido, hasta el punto de inspirar la última película de Terrence Malick, «Vida oculta» (A hidden life).
Convertido ya en un símbolo de la resistencia al nazismo, su rehabilitación en su Austria natal duró mucho tiempo y se produjo en medio de polémicas.
SOLO CONTRA EL «ANSCHLUSS»
En marzo de 1938, las tropas de Hitler invadieron Austria. En la pequeña localidad de Sankt Radegund, en Alta Austria, hubo un solo voto contra la anexión por parte de la Alemania nazi: Jägerstätter fue el único contra el «Anschluss».
Su profunda creencia católica le llevó a rechazar el Tercer Reich. Le repugnaba la retórica racial nazi y sus ideas eugenésicas. Incluso se negó a aceptar ayudas sociales del Estado.
Comenzada la II Guerra Mundial, el austríaco consideró que la Alemania nazi era un régimen agresor y saqueador.
CRÍTICO CON LA PROPAGANDA NAZI
Cuando Alemania invadió la URSS, la propaganda nazi lo presentó como un intento de liberar al pueblo ruso del yugo bolchevique, pero Jägerstätter no se tragó nunca esa argumentación y consideró esa guerra «injusta» y «criminal».
«¿A quién combatimos en ese país, al bolchevismo o al pueblo ruso?», se pregunta en una carta de 1942 en la que cuestionaba que si la intención era liberar al pueblo ruso por qué los nazis trataban de capturar territorios ricos en petróleo y cereales.
«¿Por qué debería matar a alguien que no me ha hecho nada, sólo para que Hitler dirija el mundo?», se preguntaba en otra ocasión.
Su biógrafa, Erna Putz, que fue amiga de su viuda, Franziska (1913-2013), relata a Efe que Jägerstätter siempre buscaba fuentes alternativas a la propaganda nazi y trataba de pensar por sí mismo.
Su determinación ha inspirado al director de cine Terrence Malick para su última película, estrenada este año y que ha permitido a muchos conocer la historia de este resistente.
LLAMADA A FILAS
Jägerstätter nació en 1907 en Sankt Radegund, a escasos 30 kilómetros de Braunau, el pueblo natal de Hitler. Se hizo cargo de la granja de su padrastro y se casó con Franziska Schwaninger, con quien tuvo tres hijos. La pareja compartía una profunda fe religiosa y fue a Roma de viaje de bodas.
En 1940, ya empezada la guerra, lo llamaron a filas en dos ocasiones, pero el alcalde, conocedor de sus ideas, consiguió que lo declarasen indispensable en el pueblo.
En febrero de 1943 llegó la tercera y definitiva orden de alistamiento y, aunque se negó por motivos religiosos a luchar en la Wehrmacht, el Ejército alemán, sí se ofreció como sanitario.
Tras un tiempo en una prisión militar en Austria, fue trasladado a Berlín, donde un tribunal militar lo condenó a muerte. El 9 de agosto de 1943, cuando tenía 36 años, fue decapitado.
«Estoy convencido de que es mejor defender la verdad, incluso si tengo que pagarlo con la vida», escribió en su última carta a Franziska, que siempre lo apoyó.
Según el Archivo Documental de la Resistencia Austríaca (DÖW), la justicia militar nazi condenó a muerte a unos 15.000 miembros de la Wehrmacht por deserción y a otros 6.000 por objeción de conciencia o autolesionarse para evitar que los mandasen al frente.
¿UN SIMPLE LOCO?
Incluso tras la guerra, a estos objetores y desertores se los siguió calificando por parte de la sociedad tanto en Austria como en Alemania como traidores y cobardes.
A Jägerstätter, además, se le trató de desacreditar como un loco y un fanático religioso que actúo de forma irresponsable por anteponer sus ideas al bienestar de su mujer y sus tres hijas.
Durante años, la argumentación oficial fue que los soldados «cumplían con su deber» y, por tanto, si un objetor era un modelo a seguir eso suponía arrojar muchas sombras sobre ellos, explica Putz.
«Jägerstätter representa una pregunta incómoda, si él hizo lo correcto: ¿qué pasa con nuestro padre? ¿con nuestro tío? ¿participaron en un crimen?», señala la biógrafa.
Y añade: «Su posición pone en cuestión el porqué de la guerra, el motivo de la muerte de tanta gente. La participación en un crimen. Reconocer eso duele mucho. Tuvieron que pasar muchos años hasta que se asumió».
EL RESCATE DEL OLVIDO
Tras la guerra, Franziska no recibió una pensión de viudedad durante seis años porque a su marido no se lo reconoció como resistente al no formar parte de la lucha armada contra los nazis.
Algunos vecinos incluso retiraron el saludo a la viuda, a la que acusaban de haberlo convertido en un católico intransigente y no hacerle ver que su sacrificio era en vano.
«Todo eso le hizo mucho daño. A las demás mujeres que perdieron a sus maridos en la guerra se las compadecía, eran pobres viudas. Pero a ella la trataron como la asesina de su esposo», relata la biógrafa.
Tras años de olvido, su figura fue rescatada por el historiador estadounidense Gordon Zahn en un libro publicado en 1964.
Sin embargo, sectores ultraderechistas, muchos de ellos vinculados al FPÖ, un partido fundado por antiguos oficiales nazis, se han esforzado por desacreditarlo.
El rechazó a Jägerstätter era tan fuerte que en Linz, capital de la región de Alta Austria, fracasó en 1985 el intento de poner su nombre a una calle, por protestas de los vecinos. Lo mismo sucedió en 1994 en Braunau, la localidad natal de Hitler.
REHABILITACIÓN Y BEATIFICACIÓN
Pero su rehabilitación se aceleró después de que la Justicia alemana revocase en mayo de 1997 la sentencia a muerte contra Jägerstätter, lo que supuso su rehabilitación legal.
Ese mismo año comenzó el proceso de beatificación y se prolongó hasta 2007, durante el papado de Benedicto XVI. Sectores ultranacionalistas austríacos protestaron y algunos creyentes incluso abandonaron oficialmente la Iglesia Católica por ello.
Hoy en día su gesto es reconocido, salvo entre los más recalcitrantes, como un acto de valentía contra la tiranía y su nombre ha inspirado películas, obras de teatro y centros de estudio.
Y su apellido finalmente da nombre también a calles en Viena y en Linz.
Por Luis Lidón