Madrid, 28 abr (EFE).- Poeta, filósofo, ensayista, escritor y sacerdote, Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) está viviendo el aislamiento al que obliga la crisis mundial del coronavirus con soledad y serenidad, pero «esperando, ahora o después, que algo cambie», dice.
«No íbamos bien, no vivíamos, funcionábamos, la vida pasaba tan rápido que pasaba sin pasarnos, era pasado sin haber estado presente, corríamos tanto que parecía que escapábamos hacia el final que ahora nos asusta», explica en una entrevista a Efe, Mujica, que vive en Buenos Aires y siempre ha sido muy crítico con la concepción que Occidente tiene del mundo.
«Después de la primera guerra mundial -continúa- no vino un tiempo de reflexión, vinieron ‘los años locos’, vino el aturdirse, el olvidar, después la segunda guerra mundial… Ahora está en nosotros escuchar lo que la vida dice o volverla a pisar, a correr sin detenernos, sin escuchar a la vida o a la muerte, las dos orillas del mismo don».
Mujica, que ha publicado hace poco en España su último poemario, «A las estrellas lo inmenso» (Visor), sabe mucho de retiro y silencio, es un poeta con silencio propio, algo que aprendió a lo largo de los ocho años que estuvo en el Monasterio Trapense de Getsemaní, en Estados Unidos, donde no habló ni palabra, practicó la meditación y aprendió a ver, oír y esperar.
Todo ello, tras haber sido pintor y vivido la contracultura en Nueva York.
Autor de títulos como «Toda poesía es barro», «Para albergar una ausencia» o «Cuando todo calla» (Premio Casa de América 2013), Mujica tenía previsto, antes de esta situación de pandemia del Covid19 que ha parado el mundo, que saliera en Nueva York una gran antología de su obra en castellano -previamente ya se había publicado en inglés-, y también que en junio saliera en España un último ensayo sobre Heidegger. Veremos…
«No soy un buen contemporáneo de mi tiempo -precisa-, y más allá de la moda de distopías del cine o la pantalla, estamos viviendo lo que nadie, tampoco yo, pensó protagonizar».
«Personalmente necesito que las cosas se sedimenten, encuentren su figura, algo que solo la distancia muestra, y entonces leerlas e intentar comprender», dice.
Y sostiene: «Mi mirada en estos días está más bien en lo que vendrá, en lo que quede de restos en la playa, cuando la marejada baje. Lo único cierto, ahora, es que parece que tenemos que encarar lo que uno siempre sabe pero tiene tiempo para postergar, lo que sabemos sin querer enterarnos: ahora, o después, vamos a morir».
«Ahora, como antes, mueren los otros, pero ahora nos es más difícil postergar la idea, la idea que para los otros el otro puedo ser yo», subraya, convencido de una idea: «No está mal como reflexión, después de todo. Justo con la vida, la muerte es la única certeza, ni el coronavirus nos la puede quitar».
Mujica cierra su último poemario, «A las estrellas lo inmenso», diciendo: «Amar desde ya lo que nunca seremos, así la eternidad, así cada latido».
Este escritor, que visita frecuentemente España, donde tiene muchos seguidores, explicaba el pasado febrero a Efe que hace 70 u 80 años terminó una configuración de cómo comprendíamos la existencia, y no porque quisimos -decía-, «sino porque se había agotado».
«Terminó esa configuración que llamamos Occidente, que eran esas grandes palabras: libertad, hermandad (aunque nos matáramos), y todavía no ha nacido nada nuevo. Terminamos una época en la que nos dimos cuenta de que nos vendían vacío, pero seguimos destruyendo y no somos capaces de generar otra nueva forma de existencia. Tenemos que darnos cuenta de que todos somos una orquesta, no un director», concluye.
Carmen Sigüenza