Para muchos mexicanos, entre los que me incluyo, el doctor Hugo López-Gatell comenzó siendo un científico serio, experimentado y responsable, con él nos sentíamos seguros. El zar anti Covid-19 era la clase de persona que lo tranquilizaba a uno cuando las dudas, el miedo y la confusión nos carcomían. Bastaba con escucharle hablar a las siete de la tarde para tranquilizarnos y saber que estábamos en buenas manos.
Quizás todo eso comenzó a quebrarse cuando, a mediados de marzo, declaró que el Presidente de la República no era un riesgo de contagio para nadie, sino una fuerza moral. Yo se la perdoné. Pensé que fue una declaración desafortunada, pero entendible desde el punto de vista político para quedar bien con el Presidente y poder así seguir concentrado en su tema, que era el combate al coronavirus.
Pero entonces vinieron los tropiezos y las incongruencias: su reiterada oposición al uso generalizado del cubrebocas, su desdén por las pruebas masivas que en los países de todo el mundo se realizaban y se realizan para detectar y aislar casos, sus teorías conspiratorias cuando periódicos de otros países criticaban su gestión, sus caóticas, por decir lo menos, predicciones sobre la curva de contagios y sobre los picos (que ya van como diez), su decisión de endilgarle la responsabilidad de la pandemia a los Estados en el peor momento y ahora, su activismo político en Twitter para apoyar a personajes de la Cuarta Transformación.
Cinco meses después de su primera aparición en público, Hugo López-Gatell ha quedado muy desacreditado ante millones de mexicanos, al grado de que muchos creemos que el Presidente lo podría llegar a utilizar como ‘chivo expiatorio’ si la pandemia se sale todavía más de control.
Yo era, hasta hace un mes, de los millones que todos los días lo veía a las 7 de la noche y lo escuchaba con atención. Ya no. Prefiero leer los tuits y ver en el internet los videos de otros médicos epidemiólogos e infectólogos de México y de otros países que nos ofrecen un panorama mucho más realista de la situación.
Muchos que lean este artículo dirán que estoy exagerando y argumentarán que era obvio que López-Gatell iba a resultar desgastado por la gestión de la crisis. Que no podía haberse salvado de eso. Y tienen razón, el desgaste es una cosa natural en el manejo de las crisis. Pero una cosa es quedar desgastado y otra muy distinta es quedar desacreditado, y peor aún, evidenciado no tanto por otros expertos, sino por la espantosa realidad que estamos viviendo y que todos los días le pega en la cara al funcionario federal.
Si a eso le sumamos que el médico infectólogo ya anda de activista de la Cuarta Transformación, defendiendo a sus miembros y desacreditando a sus críticos, el resultado es un zar que para muchos dejó de ser respetable.
Lo preocupante de todo esto es que estamos en la peor etapa de la pandemia, con cientos de muertos y miles de nuevos contagios diarios. Estar metidos en un problema así y que el encargado de resolver ese problema sea alguien tan desacreditado como López-Gatell hace de ese problema un problemón.