Habrán de pasar meses, o quizá hasta años, para poder cobrar distancia y perspectiva para justipreciar lo que se hizo bien, lo que se hizo mal, lo que se dejó de hacer o lo que hubiera resultado mejor de otro modo, pero la pandemia que está en curso y que no cede, ni en el país, ni en la Entidad, y en muchos lugares del mundo, obligan a tomar decisiones, que por ahora tienen que ver con la dicotomía que nos plantea una crisis, inusual por la profundidad de su impacto, que parece que nos pone a elegir sobre si primero hay que proteger la salud de las personas o salvaguardar la economía o hacerlo al revés.
En México el planteamiento tiene una tercera dimensión, pues si se entiende que los gobiernos del mundo tengan que primar alguna de las opciones que nos presentan las circunstancias, aquí ha intervenido la política, pues lo cierto es que muchas decisiones se están tomando despreciando el valor de la salud y la vida humanas, las necesidades de reimpulsar el aparato productivo y proteger el empleo, con la mente puesta en las elecciones federales intermedias del año entrante.
Resulta una perversión, que debería convencer a los que siguen planteando esto en términos maniqueos, hasta llegar al Aut Caesar aut nihil (O César o nada), cuando esta primacía de la política más barata, que se concentra en conservar votos o en formar clientelas electorales, se hace soslayando lo mismo la necesidad de salvaguardar la salud y la vida y también sobre las necesidades de relanzamiento del aparato económico, para más colmo con la inseguridad desbordada y la tranquilidad de los mexicanos cada vez más en riesgo conforme pasa el sexenio.
El asunto es que dos voces desde el interior del sistema han puesto de nuevo en evidencia que lo menos, se desconfía de que las medidas con las que la administración enfrenta la crisis múltiple que nos azota, sean las adecuadas, pues mientras el fin de pasada Muñoz Ledo volvió a manifestar su incredulidad respecto a la afirmación de que existe algún control sobre la pandemia, el mandatario poblano Miguel Barbosa hablaba ayer de la necesidad de que los poblanos, que ven multiplicarse los contagios y las muertes en su territorio, vuelvan a confinarse, pues en tanto no se aplane la curva de la pandemia no habrá posibilidades de ninguna nueva normalidad.
Lo mismo hacen en la CDMX, donde el Gobierno morenista ha extendido el estado de alerta y ha retrasado reaperturas, pues su situación es similar a la de tantos rumbos del país en que, como pasó ya aquí, se pensó que el descenso de contagios o de fallecimientos era una cuestión de decisiones que se anuncian como decretos, decretos que no tienen el menor influjo en la situación actual.
Nuevos rebrotes en Alemania y el agravamiento de la situación en Turquía y Paquistán, desplazaron a nuestro país hasta el décimo séptimo lugar mundial con más casos de contagios, si es que omitimos lo del subregistro, aunque seguimos en séptimo lugar en cuando a decesos, siete mil menos que España que hace dos semanas nos triplicaba en ese conteo, y a la que al ritmo actual desplazaríamos en cosa de una semana.