Madrid/Ciudad de México, 4 mar (EFE).- Nadia evitó la muerte en varias ocasiones y consiguió una orden de alejamiento para su pareja, aunque él sigue acercándose. Lesvy no tuvo ni esa oportunidad judicial. Murió estrangulada con el cable del teléfono de una cabina pública en su universidad a los 22 años. Casi 10.000 kilómetros separan las historias de Nadia, en España, y de Lesvy, en México. Sus tragedias tienen un origen común: una sociedad patriarcal con entramados legales e institucionales que sirven de caldo de cultivo para el maltrato y el asesinato de mujeres.En España, ante a la gravedad de sus cifras (1.102 mujeres asesinadas en la última década), existe una corriente social y política mayoritaria que intenta combatir el feminicidio. En México, donde solo en 2019 hubo 1.010 muertes conocidas, las movilizaciones son recientes y la acción política casi inexistente.
JUSTICIA, NO UNA MISA
«Yo no he tenido Justicia», dice Nadia, una marroquí de 51 años que reside en España desde hace 19. Su pareja sigue en la calle tras reiteradas denuncias de violación, intento de asesinato y abusos sexuales a sus dos hijos menores de edad. A pesar de tener una orden de alejamiento, continúa acosándola: «a veces me levanto y la cerradura está rota».
Tampoco parece haberla en México, donde además del millar de asesinatos, se denunciaron 3.874 casos de violaciones y 5.347 incidentes de abuso sexual.
«Necesitamos Justicia, no un decálogo moral, ni un llamado a misa. Políticas públicas que se apliquen y que se coordine el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial», reclama la abogada mexicana Sayuri Herrera. Las alertas por violencia de género declaradas en 20 de los 32 estados mexicanos no se están implementado correctamente.
El delito de feminicidio se incorporó en el Código Penal mexicano en 2012, después de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos responsabilizara en 2009 al Estado por no investigar la desaparición y asesinato de mujeres en la norteña Ciudad Juarez.
Según la Real Academia Española de la Lengua (RAE) un feminicidio es el «asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo o misoginia», lo que significa que no tiene que existir un agravante sentimental en el asesinato. Sin embargo, muy pocas víctimas que no guardaban relación con sus verdugos son contabilizadas como tal.
En México, la situación de Ciudad Juárez fue la primera gran llamada de atención sobre el feminicidio. En España lo fue el caso de Ana Orantes, quien fue quemada viva en 1997 por su marido tras aparecer en un programa de televisión denunciando sus malos tratos. Este crimen ocurrido en Granada constituyó un antes y un después en la concienciación y tratamiento de la violencia contra las mujeres.
Aún así, «denunciar no es la primera opción», señala la abogada y coordinadora de voluntariado y formación de la asociación española Mujeres contra el Maltrato (MUM), Lorena Abellán. «Una mujer tarda una media de ocho años en sentirse preparada para poner una denuncia, y si tiene hijos aumenta a entre 10 y 12 años. Una mujer que está destruida y anulada no tiene ni las fuerzas y a lo mejor ni se reconoce como víctima», dice.
«VUELVE CON ÉL»
«Ser mujer en México es vivir con miedo. Levantarte y vestirte pensando que con esta ropa te pueden decir algo en la calle o tu jefe puede pensar que le provocas. Salir a la calle, pasar muchos peligros en el transporte público y no saber si vas a regresar», relata Blanca Juárez, activista feminista y periodista mexicana.
El caso de Lesvy fue paradigmático, ya que las autoridades y la dirección de la Universidad Autónoma de México quisieron dar un rápido carpetazo al asunto tipificándolo de suicidio.Su madre, Araceli, tiene claro que la violencia contra las mujeres no es un asunto de seguridad, si no de desigualdad y discriminación. «Las mujeres no son asesinadas cuando estos hombre violentos les privan de su vida, sino mucho antes, cuando son abandonadas por el Estado», subraya.
En España, la libertad de vestimenta y el peligro en la vía pública parece algo más superado, pero las víctimas del maltrato, en ocasiones, aún deben soportar preguntas de policías y jueces tales como «qué has hecho para que te pegue?», o consejos aún peores: «vuelve con él».
«Te preguntan si él te pegó. Esa pregunta es muy dura. No se puede preguntar a una mujer si le pegaron, porque se siente vergüenza. Normalmente las mujeres que hemos vivido violencia de género estamos bloqueadas, y por eso nos equivocamos, porque en ese estado no sabemos lo que está bien o mal, no nos fiamos de nadie», dice Nadia.
Tras años de sometimiento y constantes denuncias se ha sentido señalada por el sistema, e incluso por otras mujeres. «He tenido que soportar reproches de la juez, de la psicóloga. No hay que juzgar a las mujeres, porque se nos juzga muchísimo. Y entre esas personas han sido otras mujeres las que me han juzgado».
EDUCACIÓN EN IGUALDAD
Según coinciden en ambos países, la educación es la clave de la igualdad. «Por muchas leyes y muchos debates sociales que se hagan, si no hay una formación desde el principio, desde que el niño tiene tres años, tanto en el colegio como en casa, si las asignaturas en el colegio no se dan de forma transversal, la igualdad de género es absolutamente imposible», señala Lorena Abellán.
Esto marcaría una diferencia con muchos de los hombres actuales, «que no conciben que ellas puedan tener su propio proyecto de vida», señala la madre de Lesvy.
En ese trabajo de reeducación entran también los propios maltratadores, que en muchas ocasiones no reconocen el maltrato ni se sienten culpables. «Al contrario, muchas veces se sienten víctimas de la violencia, del sistema o de que por culpa de ellas están cumpliendo una pena», explica Noelia, psicóloga de la MUM.»En los maltratadores también se da la dependencia emocional, la misma que hace que las mujeres en esas circunstancias se sientan culpables, con la autoestima baja, depresivas», añade.Según dice, las mujeres también necesitan tiempo para denunciar porque muchas ni reconocen los abusos. «Aquí vemos desde chicas de 18 años a menores de 16, pero también mujeres de más de 60 y 70 años, de todas las clases sociales», señala.
UN MOVIMIENTO EN AUGE
A pesar de todo, Nadia cree que algo está cambiando gracias al movimiento feminista, que en España crece cada año y que en México comenzó a cobrar fuerza con las movilizaciones de agosto de 2019, después de que varias mujeres denunciaran haber sufrido ataques sexuales de policías en la capital, lo que derivó en masivas protestas. «Cada vez más mujeres estamos dando cuenta de la violencia que estamos sufriendo», dice Juárez.
El movimiento feminista como símbolo global ha llegado para quedarse. Y cada nombre de mujer asesinada en cualquier parte del mundo es un nuevo fracaso social e institucional.
«Tengo un ira dentro de mi que no se va, un fuego dentro que no se apaga, y eso no lo entiende la Justicia, ni la administración, ni nadie. Me he vuelto dura, a veces no me reconozco y ya no tengo ilusiones», dice Nadia.
La voz de Lesvy ya no se escucha, pero si la de su madre, que ahora ayuda a otras que perdieron a sus hijas: «las mujeres no son asesinadas cuando los hombres violentos las privan de su vida, sino mucho antes, cuando son abandonadas por el Estado».