Chenalhó (México), 23 feb (EFE).- En el municipio de Chenalhó, uno de los 122 que integran el estado de Chiapas, al sureste de México, indígenas tzotziles elevan sus peticiones, en una intensa ceremonia, a la deidad que los protege para que les conceda lluvias benignas y provechosas siembras.
Es el arranque del carnaval, que comienza cada año exactamente en el tercer domingo de febrero.
La tradición, según los estudiosos de la historia de los mayas, es milenaria y los únicos vestigios que existen son los murales de los sitios arqueológicos y la literatura plasmada en el libro sagrado de los mayas «El Popol Vuh».
«En ambos documentos se revela que estas fiestas, cada pueblo las representa al pie de la letra», relató el antropólogo Enrique Pérez López en una entrevista con Efe.
Para el experto, la tradición maya festiva se puede apreciar en los músicos que están en las pinturas del sitio arqueológico de Bonanpak, donde se puede ver a los trompeteros o tocadores de olla.
«Acá, en Chenalhó, también hay tocadores de olla, eso quiere decir que las representaciones festivas datan desde hace muchísimos años», añadió.
Como cada año, los nativos de Chenalhó se preparan para realizar fielmente la tradición con ello para dar inicio al ciclo agrícola que se entrelaza con el carnaval.
Esta fecha es importante para los nativos, las autoridades tradicionales realizan una singular ceremonia mística donde participan más de 30 personajes entre los principales: paxiones, tocadores de olla, danzantes, tamboreros, trompeteros y los animadores, que tiene la encomienda de llevar al pie de la letra la tradición.
Así lo relató Manuel Jiménez Moreno, nativo de Chenalhó y quien contó a Efe que su familia lleva cumpliendo con un cargo desde hace 100 años y actualmente lo comparte con sus hijos. Le llaman Bankilal Kaxlan (hombre blanco con poder) y su encomienda es ayudar a realizar las actividades del carnaval.
«Mi papá empezó a hacer la fiesta, primero solo y luego con otras personas. Él aprendió y me enseñó hacer la fiesta y ahora yo lo hago con mis hijos», explicó, al tiempo que dijo que todo se hace con respeto a las autoridades tradicionales.
El carnaval de Chenalhó comienza con un ritual donde se acostumbra matar dos guajolotes, los cuales se cuelgan para que personas a caballo pasen a toda velocidad y le quiten las plumas, que luego se colocan en sus turbantes como trofeos de carrera.
Después de que los participantes han pasado un determinado número de veces, los «negros» decapitan a los guajolotes y con las cabezas corren por las calles para espantar a la gente. Es así como da inicio el carnaval.
Durante esta festividad se juega con un torito de petate, hay música de tambor, flauta y trompeta, además de arpa, guitarra y violín y no faltan los cantos, que son un elemento vital de expresión y comunicación con las deidades.
La oración músico-vocal puede contener un texto literario muy reducido e incluso carecer de él, pero su importancia ritual estriba en la emisión misma de la melodía, que induce al estado de éxtasis necesario para establecer el vínculo con lo sagrado.
«La importancia de estas fiestas es porque le dan sentido de pertenencia y de identidad a los miembros de la comunidad y ésta siempre va buscar la manera de seguir perpetuando, de seguir celebrándolo porque es muy importante para la comunidad tzotzil», señaló Enrique Pérez López, antropólogo e historiador de Chenalhó.