París, 25 feb (EFE).- La «maison» Dior vertió este martes el discurso feminista que ha impuesto en la moda desde la llegada de la italiana Maria Grazia Chiuri a su dirección creativa, una crítica al patriarcado que empezó por desbancar los tacones en la presentación de sus propuestas otoño-invierno 2020/2021.
Chiuri sabe dónde empieza la cadena de la moda y ha comprobado en menos de cuatro años que lanzar un mensaje en Dior equivale a dirigirse al mundo entero.
Con la experiencia que le da haber convertido el título del manifiesto feminista «We should all be feminist» (Todos deberíamos ser feministas), de Chimamanda Ngozi Adichie, en una de las camisetas de culto del último lustro, la italiana volvió a tirar de gancho.
«I say I» (Yo digo yo), rezaba hoy la fachada de una carpa efímera instalada en el Jardín de las Tullerías, donde la marca celebró el desfile. En su interior y sobre una pasarela plagada de portadas de periódicos, una serie de neones gigantes creados por el colectivo Claire Fontaine recuperaban lemas políticos.
«Patriarchy = CO2», «Patriarchy kills love» (El patriarcado mata el amor) o «Consentimiento», iluminaban a todo color la pasarela sobre la que Chiuri despegó la que se reconoce ya como la silueta que dejará de herencia en su paso por Dior: faldas a media pierna plisadas, vestidos vaporosos, boinas, minifaldas sesenteras y chaquetas masculinas.
En los pies ni un solo tacón, solo una bailarina tipo Merceditas con calcetines de red y botas de caña en piel con forro de borrego.
Los estilismos parecían recién sacados del instituto y no es de extrañar porque la inspiración de Chiuri en esta ocasión salió de su álbum familiar: «El atlas de emociones de su diario de adolescente», explicaba la marca en una nota a los invitados.
La creadora hizo su propia aportación al diccionario de Dior combinando el estampado de cuadros en abrigos de lana tipo trenca y capas con flecos.
El negro abrió la línea con un sencillo traje de chaqueta ligeramente marcado en la cintura, un mono ajustado con cremallera en el pecho y un vestido plisado en escote «V», antes de dar paso a una serie de blusas transparentes, faldas y trajes de terciopelo negro, pañuelos de seda en la cabeza a modo de banda pirata y pantalones amplios.
La paleta de colores apenas dejó hueco para el color hueso y el gris, en una línea donde los estampados fueron sutiles introducciones gráficas o, tirando de clasicismo, rombos de colores en jerséis y faldas de lana en derivados del tartán escocés.
Chiuri prefirió dejar que sea el estilismo -masculino y a partes iguales dulce y agresivo- el que hable por las mujeres, pero la decoración, viniendo de Dior, fue igualmente llamativa.
La firma forma parte del conglomerado de marcas de lujo LVMH en manos de Bernard Arnault, el hombre más rico de Francia, y combate la incongruencia de formar parte de la segunda industria más contaminante del mundo a través de alianzas con la cultura y el medioambiente.
Acaba de colaborar en la producción de la exposición «I say I» de Claire Fontaine, que abre sus puertas el 23 de marzo en la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo de Roma inspirada en el manifiesto feminista de la intelectual italian Carla Lonzi, y anunció este lunes una colaboración con el Museo del Louvre para ayudar en la restauración de los Jardines de las Tullerías.
Allí celebra ahora sus desfiles, que se convierten en un foco de admiradores y fotógrafos a la caza del famoso, con actrices como Sigourney Weaver, Demi Moore, Andy MacDowell y Cara Delevingne, que siguieron los lemas de Chiuri desde la primera fila.