Roma, 18 ene (EFE).- Desde la Fontana de Trevi al Trastevere, Roma fue mucho más que un escenario para Federico Fellini, el director italiano nacido hace cien años que dejó para la posteridad algunas de las imágenes más míticas de la ciudad eterna.
Fellini nació en Rimini (norte) el 20 de enero de 1920 en el seno de una familia romana, pero se mudó pronto a trabajar a la capital italiana, por la que sentía un gran amor, y la reflejó como nadie en su obra, desde sus grandes monumentos hasta sus aspectos más lúgubres.
LA FONTANA DE TREVI
El archiconocido baño de Anita Ekberg y su «Marcello, come here» en «La dolce vita» (1960) marcaron la historia del cine y probablemente la mente de los millones de turistas que la visitan cada año.
El monumento del siglo XVIII aparecía completamente vacío en la película, algo impensable en la actualidad, aunque Fellini contó que la plaza estaba atestada de curiosos observando el rodaje.
La famosa escena se rodaba en invierno, por lo que el galán Mastroianni no estaba muy dispuesto a meterse en la gélida agua y fueron necesarios un traje de neopreno y «una botella entera de vodka» para animarle a grabar la icónica escena, según explicó Fellini en una entrevista en La Repubblica.
VIA VENETO
«Para mí Roma fue aquello que creé, pero también ella me creó a mí», decía Fellini, y uno de los lugares que contribuyó a crear fue la Via Veneto, lugar de reunión y ocio de la «jet set» romana en los años sesenta, reconstruida en estudio para «La dolce vita».
Fellini frecuentaba el célebre Harry’s Bar, donde tocaba el piano Frank Sinatra, y se tomaba el cóctel del Café Doney, mientras decenas de «paparazzis» (término nacido en «La dolce vita») se agolpaban a las puertas de los exclusivos negocios para fotografiar a actores, artistas y demás famosos.
En la actualidad el brillo de su época dorada se ha ido borrando, y locales emblemáticos como el Café París cerraron por la infiltración de la mafia calabresa, aunque todavía se entrevé el espíritu lujoso de la calle en hoteles y cafeterías.
TERMAS DE CARACALLA
La protagonista de «Las noches de Cabiria» (1958), una prostituta de clase baja interpretada por la mujer de Fellini, Giulietta Masina, ejerce en los alrededores de las termas más famosas de Roma, típico lugar de prostitución de la ciudad.
El guión nació de las excursiones nocturnas del director al lado más oscuro de Roma, acompañado muchas veces de su colega Pier Paolo Pasolini, y que inspiró no solo este film sino que se convirtió en un tema recurrente en sus obras.
«Las noches de Cabiria», que ganó el Oscar a mejor película extranjera, resalta el contraste entre la miseria de las trabajadoras y la grandeza de las ruinas imperiales, algo que fascinaba al director.
CINECITTÀ
«Cuando me preguntan en qué ciudad preferiría vivir, no digo Londres, París o Roma, respondo Cinecittà», aseguraba Fellini, y es que el «Teatro 5» de estos enormes estudios romanos eran su «lugar ideal».
Aquí rodó prácticamente todas sus películas, como «Ocho y medio» o «La strada», y la fábrica de los sueños, como se conoce a Cinecittà, quedó para siempre asociada a su obra, hasta el punto de que aquí se instaló su capilla ardiente.
SAN PEDRO
Precisamente en el «Teatro 5» se rodó la mítica escena de «La dolce vita» en la que Anita Ekberg sube a la cúpula de la Basílica de San Pedro, perseguida por el fotógrafo Paparazzo y un exhausto Mastroianni.
La cúpula aparece también en el plano inicial, el célebre traslado de una escultura de Jesús en helicóptero, y que permite ver una plaza de San Pedro atestada de coches y buses, muy alejada de su aspecto actual, con sus colas de turistas y peregrinos.
TRASTEVERE
El barrio más romano de Roma apareció en la película con la que el realizador homenajeó a la ciudad en su época madura, «Roma de Fellini» (1971), una mezcla entre recuerdos oníricos y su experiencia de joven de provincias que llegaba a ganarse la vida a la capital.
En el Trastevere la policía expulsa a los «hippies» agolpados en la fuente de Santa Maria, el propio Fellini pasea explicando su idea del cine, y en la cercana Piazza de’ Renzi se desarrolla un surrealista combate de boxeo, uno de esos momentos mágicos marca de la casa del director.
Por Álvaro Caballero