Veracruz (México) 26 ene (EFE).- El calor de los fogones inunda la choza de palma donde manos femeninas «avientan» (elaboran) tortillas como lo hicieron hace dos décadas, cuando emprendieron la llamada rebelión de las Mujeres de Humo en una de las regiones indígenas más importantes del suroriental estado de Veracruz.
En el corazón de la zona arqueológica de El Tajín, que alberga los vestigios de la poderosa cultura indígena totonaca, el humo que desprende la leña envuelve a Martha Soledad Gómez Atzín, la mujer que hace 20 años logró sacar de sus hogares a 200 cocineras autóctonas y romper con un cerco machista.
Los aromas y sabores de las recetas antiguas, llevaron a cientos de mujeres indígenas a preparar alimentos a los visitantes de la Cumbre Tajin -un evento oficial artístico cultural para rendir tributo a los totonacas-, donde aprendieron a estar fuera de su entorno, alejadas de los hombres, los que mandaban y, sobre todo, al margen de maltratos.
«La mujer de las comunidades no era muy abierta, actualmente la mujer ya está más liberada, ya sale de sus comunidades a la ciudad, vende sus productos que se cosechan en las milpas y en los montes y ponen negocios», dice a la distancia Atzin.
En aquel 1999, desde el pueblo El Cedro de la Sierra de Papantla, Martha Soledad emprendió -junto con Minerva, Adela, Josefina, Teresa, Alejandra, Juliana- un cambio cultural que permeó en una generación de mujeres.
Logró lo impensable en el pueblo indígena mesoamericano que habitó la región desde el año 800 después de Cristo: sacar de su entorno familiar a las matriarcas y llevarlas al mundo exterior, sin sus maridos.
«Antes, llegaban, vendían y nada más. Y ahora ya hablan más, conviven más con la gente. Ha habido muchos cambios en la vida de ellas desde hace 20 años, son más liberadas», afirma desde el Nicho de Aromas y Sabores del Tajín, un espacio de aprendizaje.
En lo más recondito de la selva, Atzin aprendió los secretos de la cocina de su abuela, Doña Soledad, a quien llamaba cariñosamente Mamá Chole, quien le mostró con paciencia y cariño todo tipo de platillos, como los bocoles, una tortilla gruesa de masa de maíz mezclada con manteca y rellena de frijol negro, queso y chicharrón.
Y entendió que el aroma que su abuela desprendía de todo su cuerpo era un reflejo de su vida misma en las enormes galeras con fogones donde se cocinaba para la familia y también para los peones.
«Soy una mujer de humo, porque yo soy una mujer ahumada y mis canas son de humo; y yo huelo a humo porque toda mi vida desde que nací he sido una mujer de humo», fueron las palabras que aún tienen metidas en la mente Martha Soledad, quien ahí entendió que tenía estirpe de Mujer de Humo.
Y cuando Minerva fue invitada a formar parte del proyecto Cumbre Tajín, el primer obstáculo al que se enfrentó surgió desde el interior de su hogar: su esposo, formado a la usanza antigua, no permitía que las mujeres de su casa salieran a trabajar.
Veinte años después se siente libre, contenta y orgullosa de la labor que realiza en el Nicho de Aromas y Sabores del Centro de la Artes Indígenas.
A sus 60 años, la originaria de la comunidad El Cedro, ha sabido enfrentarse a la carga cultural que obligaba a las mujeres a permanecer dentro de las paredes de su casa, concentrada en el cuidado de su familia.
«Cuando Martha nos invitó a participar en Cumbre Tajín, fue una persona a invitarnos… me dice mi marido: tú no vas, no vas a ir, ¿quién se va a quedar en la casa? ¿quién me va a dar de comer? Y le digo: yo si voy a ir, porque yo también quiero trabajar, quiero conocer; me paguen o no me paguen yo quiero conocer lo que es Cumbre Tajín».
Molesto durante varios meses, su esposo ahora la apoya y Minerva ya no solo sale de su comunidad al parque temático Takilhsukut, sino que ha acompañado a Martha y las demás Mujeres de Humo a presentaciones fuera del estado.
«Me siento libre, estoy contenta con mi trabajo, lástima que ya en vez de bajar, vamos pa’ arriba, ya nos estamos haciendo grandes, ya tengo 60 años, pero aquí estamos», cuenta.
Y Minerva sigue al lado de Martha Soledad, la que está convencida que las mujeres totonacas son guerreras, fuertes, grandiosas, espirituales y llenas de vida.
«Por un tiempo fueron sometidas, pero ahora gracias a Dios encontraron el camino de su libertad y ahora ya no quieren depender de ninguna cadena», dice.
Ahora la comida totonaca, desde la zona arqueológica precolombina, huele a amor, humo, leña, lluvia, tierra, sol, a tiempo y a libertad.