Bogotá, 3 nov (EFE).- La alta incidencia de infartos cerebrales en Latinoamérica, primera causa de discapacidad y segunda de decesos en el mundo, ha llevado a la región a cerrar filas para reducir el devastador impacto por muertes prematuras, años de vida perdidos y costos del cuidado de los sobrevivientes.
Con motivo del Día Mundial del Accidente Cerebrovascular expertos del continente abordaron esta semana en Bogotá acciones prioritarias como la creación de redes especializadas de atención y mecanismos de recuperación cognitiva.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 15 millones de personas sufren un accidente cerebral vascular (ACV) cada año en todo el mundo y, de este grupo, cinco millones mueren y otros cinco millones quedan discapacitadas de por vida.
«La mayoría de pacientes con ACV pueden mejorar e incluso lograr la recuperación total, si reciben rehabilitación», explicó hoy a Efe Argye Elizabeth Hillis, directora de la División Cerebrovascular de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, de Baltimore (EE.UU.).
CIFRAS DE ALARMA
El ACV es la segunda causa de muerte en la mayoría de países de Latinoamérica, con una tasa regional de 41 fallecimientos por 100.000 habitantes, frente a una de 21,9 en Norteamérica (Estados Unidos y Canadá), de acuerdo con datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Pese a que la tasa de mortalidad ha disminuido desde 1990, el número de casos en la región aumenta (aunque no hay datos consolidados disponibles), así como el de personas que sobreviven.
El ACV o ictus se produce cuando se corta el suministro de sangre a una parte del cerebro. Este puede ser isquémico, causado por un coágulo que obstruye un vaso sanguíneo, o hemorrágico, cuando se rompe un vaso y sangra dentro del cerebro.
«En Latinoamérica, las muertes son alrededor de 85.000 al año, entre los ACV isquémicos (37.869) y los hemorrágicos (47.484), los más graves», afirma a Efe Ricardo Iglesias, expresidente de la Sociedad Argentina de Cardiología, quien muestra optimismo ante los tratamientos disponibles y las posibilidades de recuperarse de «las cicatrices cerebrales» de un derrame.
DISCAPACIDAD, UNA GRAN PREOCUPACIÓN
De acuerdo con Hillis, esas secuelas dependen del tamaño y la ubicación del ACV.
«En un derrame en el lado izquierdo del cerebro, son comunes las dificultades de lenguaje. Si es en el lado derecho, se pueden presentar problemas en el lado izquierdo del cuerpo o para expresar o comprender las emociones», añade la neuróloga.
«Además, cuando las personas han tenido varios ACV pequeños, pueden desarrollar problemas de memoria o coordinación», explicó la científica, quien participó este fin de semana en un simposio internacional sobre el tema en Bogotá.
Andrés Fonnegra, de la Red Colombiana Contra el Ataque Cerebrovascular (Recavar), insiste en estar alerta ante las primeras señales, como adormecimiento en la cara o en un brazo o confusión o dificultad para hablar o entender lo que otros dicen.
«La mayor probabilidad de recuperación ocurre cuando el tratamiento se inicia en menos de 4,5 horas desde que se presentan los síntomas», advierte.
El tratamiento más común es la trombólisis, que consiste en dirigir medicamentos a la obstrucción a través de un catéter, y otra alternativa es extraer el coágulo a través de un dispositivo.
UNIÓN REGIONAL
Ante el impacto en la salud pública, más de medio centenar de científicos presentaron este año un documento de prioridades para concretar lo acordado en la declaración latinoamericana sobre ictus firmada en Brasil en 2018.
En el documento, expertos como Sheila Martins, fundadora de la Red Brasileña del Ictus y también invitada a la cita en Bogotá, enfatizan en educar sobre los síntomas, crear mecanismos para una atención oportuna y prevenir la hipertensión, que puede aumentar entre dos a cuatro veces las posibilidades de sufrir un ACV antes de los 80 años.
En especial instan a la creación de centros específicos de ACV para darle prioridad a estos casos.
Jorge Iván Holguín, especialista colombiano en neurocirugía endovascular, consideró primordial impulsar esos centros mediante redes de ACV, que como en el caso de Brasil sirvan para mejorar la educación, la atención y la investigación sobre la enfermedad.