Valladolid (España), 24 oct (EFE).- Un cine valiente, sin cortapisas, que refleje la realidad y denuncie perversiones, reivindicó este jueves el veterano director argentino José Celestino Campusano con un filme («Hombres de piel dura») que ha concursado en la 64ª Semana Internacional de Cine de la localidad española de Valladolid (Seminci).
«Nunca hicimos películas ni para complacer, ni para ganar premios o dinero porque tenemos otro tipo de principios», declaró Campusano (Quilmes, Argentina, 1963) después del estreno en España de su último trabajo, que concursa con los del islandés Grímur Hákonarson («The county») y de la marroquí Maryam Touzani («Adama»).
Los abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes católicos gravitan a lo largo del metraje, todo lo cual mostrado a través de escenas explícitas, en ocasiones procaces y en su mayoría en ambientes sórdidos dentro de la campiña argentina.
«Es para lo que estamos, un cine que no pida permiso. Si no, no estaríamos a la altura de lo que realmente sucedió. No nos ha temblado el pulso», insistió Campusano, autor de largo recorrido con una veintena de largometrajes en los que se muestra partidario de introducir todo tipo de temáticas a las que concede protagonismo.
Un joven sacerdote al frente de una escuela rural centra todas sus acusaciones de abusos sexuales en el seno de la Iglesia Católica, pero también censura la manera que esta tiene de afrontar el problema, de puertas adentro, mediante el silencio y la absolución a través del sacramento de la confesión.
Campusano, después de anunciar el estreno próximo de una película sobre el travestismo en los barrios más poblados de su país, precisó que «Hombres de piel dura» es también el resultado de un trabajo de documentación que incluye entrevistas con sacerdotes que respondieron «desde una mirada bastante corporativa: no iban a traicionar a la logia».
Cuatro años después de lograr la Espiga de Oro con «Rams», el realizador islandés Grímur Hákonarson regresó a Valladolid con «The county» para añadir temperatura a este tramo final de la 64ª Seminci, ahora con el mismo escenario pero una lectura más social, histórica e incluso política, según reconoció en una rueda de prensa.
Hakonarsson parte de una coordenada histórica: el movimiento cooperativista que desde finales del siglo XIX contribuyó a fijar una economía de subsistencia en los granjeros de vacuno del norte de Islandia, pero pone el foco critico en el siglo XXI donde esta entidades solidarias podrían compararse «con cualquier empresa o institución grande» y, por tanto, proclive a una corrupción que desmenuza en un filme muy bien recibido.
La zona rural donde se desarrolla la trama «es un reflejo de lo que pasa en el mundo, una comunidad autocrática» regida por los intereses de una cooperativa que controla la economía y el destino de los granjeros, ajenos al espíritu solidario con que nacieron estas entidades, y dirigida por unas pocas personas «que utilizan el miedo para acaparar el poder».
«Es como una ideología nacionalista, algo que podemos ver a una escala mayor en otras zonas de Europa», añadió este director que debutó en 2010 con «Summerland», y recordó su pasado como documentalista para explicar este giro más social para una película que finalmente tuvo que gestar en clave de ficción por el miedo de algunos granjeros a los que entrevistó como preparación para un documental del que finalmente desistió.
No querían hablar delante de la cámara «por miedo a la cooperativa y al sistema», por lo que tuvo que recurrir a la ficción con Inga, la granjera que plantó cara a la estructura de monopolio, trufada de corrupción y sostenida con prácticas mafiosas en la denominada Sicilia Islandesa, según explicó .
Una de las armas empleadas por la granjera revolucionaria, además de una situación personal límite, fueron las redes sociales como punto de partida para denunciar la corrupción, y demostrar así el poder de las nuevas tecnologías para arbitrar otros mecanismos de estructura comercial y económica, para crear estados de conciencia y abrir caminos de libertad.
La tercera película a competición esta jornada fue «Adam», ópera prima de la realizadora marroquí Maryam Touzani (Tánger, 1980), dedicada a su madre y por extensión a todas las mujeres que en su país luchan contra el estigma de quienes conculcaron las leyes no escritas dentro de una sociedad en clave masculina.
Rodada en Casablanca, es la historia de Samia, una joven embarazada que pide ayuda en la calle y solo recoge el apoyo y la solidaridad de una mujer que, en cierto modo, revive así su biografía y cicatriza su drama interior al mirarse en el de su protegida.