México, 28 oct (EFE).- Ruth Berthely tenía 27 años cuando fue diagnosticada con psoriasis, una enfermedad autoinmune «que te trauma y te cambia la vida» y que se caracteriza por la aparición de lesiones de aspecto rojizo, como escamas.
«Empecé con lo síntomas desde los 9 años. Me salían granitos escamas en las manos y mi cabeza lucía como si tuviera caspa o ceniza todo el tiempo», dice este lunes a Efe Berthely.
La paciente, que hoy rebasa los 55 años de edad, asegura que ha aprendido a vivir con este mal, ya que es una enfermedad que no se cura, solo se controla, pero reconoce que el padecimiento ha afectado mucho más que su piel.
«Es muy difícil relacionarse con las personas, porque te ven mal. A mi, por ejemplo, desde niña no me saludaban, pensaban que si me tocaban los podía contagiar, y es una enfermedad que no se contagia», señala.
La psoriasis, explica la doctora Rossana Janina Llergo Valdez, vicepresidenta de la Fundación Mexicana para la Dermatología, es una enfermedad inflamatoria autoinmune, que genera muchas escamas en la superficie de la piel.
Estas escamas pueden tener un grosor y tamaño diferente y se pueden manifestar en cualquier parte del cuerpo, principalmente en codos, rodillas, cuero cabelludo y uñas.
En el marco del Día Mundial contra la Psoriasis, que se conmemora el 29 de octubre, la especialista señala que los picos de inicio de la enfermedad se dan entre los 20 y 30 años o entre los 50 y 60 años.
La especialista agrega que es una enfermedad multifactorial, aunque se sabe que existe un 20 % de posibilidades de desarrollarla si un padre la ha padecido y 65 % si ambos padres están afectados.
En el caso de Berthely, tanto su papá como su mamá tenían psoriasis, y ella fue la única de nueve hermanos que la heredó.
Ruth manifiesta que el desconocimiento de esta enfermedad, la llevó en primera instancia a un peregrinar por médicos y remedios caseros que no lograban aminorar los síntomas.
En sus inicios, cuando todavía era una niña, los médicos le diagnosticaron dermatitis. Pero el tratamiento no funcionaba, así que su madre empezó a darle baños con jabones especiales, a untarle ungüentos, pero nada aminoraba el aspecto de su piel.
«Algunos me decían que tenía lepra y por eso no me querían ni saludar», afirma.
La enfermedad la limitaba a tal punto que, lamenta, «nunca usé un vestido, siempre usaba pantalones como hombre y llevaba el cabello corto porque de traerlo largo se me veía como con caspa; y usar un traje de baño, ni pensarlo», confiesa.
Berthely cuenta que pasó por muchos momentos de depresión, y la carga emocional fue tan grande que a los 20 años pensó en quitarse la vida «porque es una enfermedad que cambia tu vida y que nadie entiende, muchas veces ni siquiera tu propia familia».
Pese a que hoy cuenta con el apoyo de su esposo y sus cuatro hijos, quienes asegura «me aceptan como soy y hasta me incitan a ponerme traje de baño cuando vamos a la playa», Ruth ha tenido que someterse a terapia psicológica para afrontar el padecimiento.
«Estoy en terapia desde que me casé, es muy difícil vivir así», afirma.
Además de afectar la piel y las uñas, un paciente puede desarrollar la artritis inflamatoria (artritis psoriásica), lo que ocurre en un tercio de los casos, según aseguró Llergo Valdez.
Aunado a ello, los pacientes tienen mayor riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares, de ser hipertensos, pueden ser más propensos a fumar que quienes no tienen la enfermedad, son más vulnerables a la obesidad y tienen infartos a temprana edad.
Aunque Berthely reconoce que su padecimiento ya está controlado, acepta que es complicado porque sus cuatro hijos aún están preocupados por si les va a atacar a ellos.
Desde su apreciación, Ruth considera que es una enfermedad que necesita ser visibilizada, que la gente sepa que no es contagiosa y que no hay razón para sufrir discriminación, ya que se controla.
«La gente no sabe cómo es vivir así, así que les pido que hagan conciencia, que no nos discriminen y que acepten a todos los que tenemos psoriasis», finaliza.