Al responder un cuestionamiento de la prensa sobre la conveniencia de su reunión con el presidente Donald Trump en la Casa Blanca, el presidente Andrés Manuel López Obrador, en sólo 12 palabras, dijo una mentira y un falso positivo. No pudo justificar lo injustificable, pero la manera de esquivar preguntas y tratar de imponer su narrativa, no convenció. El tabasqueño no goza del consenso en la opinión política para responder en este momento al llamado de Trump, pero tampoco le importa. Se dice estar dispuesto a caminar en la cuerda floja y a tomar riesgos. Veamos.
Primero, la mentira: “Es una visita de Estado”. El viaje de López Obrador no será una visita de Estado, cuyo protocolo incluye honores en el momento que llega a Washington, normalmente por avión a la Base Aérea Andrews, y una ceremonia oficial de bienvenida en el jardín sur de la Casa Blanca. Dura al menos dos días, y alojamiento en la Casa Blair, frente a la Casa Blanca, donde se organiza una cena de Estado con decenas de invitados. Asiste a diferentes reuniones y en ocasiones, habla en una sesión conjunta en el Capitolio. Lo que habrá ahora es una visita oficial, sin ese protocolo y con duración de al menos 45 minutos, difícilmente más de dos. Entrará y saldrá de la Casa Blanca sin fanfarreas ni honores. La visita de Estado se otorga a países con quien hay una extraordinaria relación; la segunda, es de trabajo.
Segundo, el falso positivo: “No voy a cuestiones político-electorales”. Puede no ser su propósito, pero al viajar a Washington a menos de cinco meses de la elección presidencial, en plena campaña, López Obrador se está echando un clavado en el entorno político-electoral al lado de Trump, cuyas posibilidades para lograr la reelección han disminuido. En la encuesta publicada por The New York Times este miércoles, Trump aventaja al aspirante demócrata, Joe Biden, sólo en el voto de blancos, blancos sin educación, republicanos y conservadores o muy conservadores. Pierde en todos los demás, como los hispanos, que se inclinan mayoritariamente por Biden, los negros, los moderados, los liberales, las mujeres y los hombres, culpa, dice el Times, a “su errática gestión”.
El contexto desmiente a López Obrador en su dicho de que no se enredará en cuestiones político-electorales. En la negación busca sostener otro dicho, que está actuando con criterio, y que como es importante la relación para México, tomará los riesgos que se necesiten. Eso procede cuando puede haber un buen puerto de destino, pero en este caso no existe. La entrevista es un perder-perder para el Presidente de México, y añade una trampa retórica, el que es muy relevante su presencia en Washington con motivo de la entrada en vigor del acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá. De hecho, ni siquiera estará el 1 de julio, que es el arranque del nuevo tratado, porque estará celebrando su victoria en las elecciones de 2018.
Sus contradicciones no parecen importar a nadie. Hasta hace unas semanas, el interés por reunirse con Trump era agradecerle personalmente el envío de equipo médico para apoyar en la lucha por la Covid-19, y sumó al presidente de China, Xi Jingpin, expresando su deseo de viajar a Beijing. Ahora ya se le olvidó el líder chino y cambió el discurso. En los dos últimos días ha subrayado que lo importante es ir a la Casa Blanca en el marco de la entrada en vigor del acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá. Todas esas declaraciones sin una línea de continuidad, mete a todo su entorno en permanentes problemas para alinear sus dichos y acciones con la realidad.
Es el caso de la visita a Trump, el canciller Marcelo Ebrard ha trabajado con su equipo desde el miércoles para darle el spin comercial a la visita, a fin de evitar, por lo que sugiere su énfasis, que se enmarque como un encuentro bilateral. No lo ayuda mucho el Presidente con su desdén hacia el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, de quien dijo que si no llega, no importa, y que él sí tomará su vuelo comercial, con escala de por medio, a Washington. Entonces, ¿dónde queda la relevancia de un acuerdo trinacional? López Obrador, según diplomáticos mexicanos, planteó la posibilidad del encuentro tripartita a Trudeau cuando hablaron por teléfono hace 10 días, sin expresar entusiasmo el canadiense. Aquello pareció más una cortesía, porque en los hechos, López Obrador lo hace ver desechable.
La visita no es comercial. Es irrelevante que esté en Washington, o en Ottawa o en su despacho en Palacio Nacional, reunido con sus colegas el día en que entre en vigor, y cuando sostiene que el viaje “es de ayuda para México”, está engañando. El acuerdo ya está hecho, aprobado por los cuerpos legislativos de los tres países, y es irreversible. Si no está junto a Trump, tampoco afectará a México, ni a los mexicanos, ni al comercio trinacional. Pero estar junto al jefe de la Casa Blanca es un riesgo que nadie puede calcular, por su impredictibilidad y lo explosivo.
López Obrador quedará expuesto a que Trump le dé un descolón con el muro y su pago, o que lo colme de miel por estarle haciendo el trabajo sucio en el Suchiate, o le reclame el cambio de reglas para los inversionistas, como acaban de reiterar las empresas involucradas en el sector energético, y que sintetizó el embajador de Estados Unidos en México, al afirmar ayer jueves que no hay condiciones para invertir en México. ¿Qué no está entendiendo el Presidente mexicano? Todo el contexto y el momento está oscurecido por nubarrones. ¿Cuál es el verdadero fondo de la visita? No se ve nada en el horizonte, salvo infatuaciones personales. Ciertamente, la ansiedad por reunirse con Trump es superior a toda razón.