Montevideo, 28 ago (EFE).- El pianista, compositor y arreglista Hugo Fattoruso, historia viva de la música uruguaya, recibirá en noviembre el Premio Excelencia de los Latin Grammy, algo que le ha supuesto una «gran sorpresa» y una «gran alegría» pues se considera, por encima de todo, un «artesano» que trabaja «con notas».
«Somos artesanos que trabajamos con notas. Hay artesanos que trabajan con cuero, vidrio, metales, madera… Nosotros trabajamos con notas y hacemos música. Así que cuando reconocen que tu trabajo está dentro de cierto nivel es una gran alegría», declaró Fattoruso (Montevideo, 1943) en entrevista con Efe.
El músico es una de esas personas que no se da importancia, que siente «pudor» cuando alguno de sus compañeros de profesión, como su compatriota Jaime Roos, dice que tocar con él es como tener a Maradona o Messi en su equipo y que agradece tanto a jóvenes como a intérpretes ya consagrados que le «inviten a participar» en sus conciertos.
Creador, junto a su hermano Osvaldo Fattoruso (fallecido en 2012), de Los Shakers (remedo uruguayo de The Beatles y The Byrds) y de Opa (donde también colaboró Rubén Rada), entre otras bandas, siempre se ha movido entre varios estilos musicales, fusionando rock, jazz o candombe (ritmo afrouruguayo).
Sus últimas aventuras musicales son Barrio Sur, agrupación de candombe, en la que, además de los percusionistas Matías Silva, Wellington Silva y Matías Díaz Silva, participa Albana Barrocas -su actual pareja, con quien también comparte el proyecto HA Dúo-; y Dos Orientales, junto al japonés Yahiro Tomohiro.
Sentado frente a su teclado, conversa con Efe en el pequeño local de ensayo creado en la que fue casa de su infancia, aquella en la que sus progenitores escuchaban «el jazz de esa época, Louis Armstrong, Duke Ellington, Benny Goodman» que amaba su padre, «música clásica, zarzuelas o canzonetta napolitana» de su madre o «Gardel y música típica» que elegía su tío.
«Eso va entrando en el alma de un niño. Digo yo que eso fue parte de nuestro amor por la melodía y por el ritmo», afirma.
En ese pequeño recinto hay varios tipos de teclado y sintetizador, tambores, una batería y otros instrumentos de percusión, y se amontonan diferentes cables junto a recuerdos que abrazan a Fattoruso mientras toca el piano y conversa: fotos de su hermano, de Gardel, de sus dúos con Albana o con Yahiro, carteles de recitales, un cuadro de candombe, una quena…
Solo reconoce «el piano» como su instrumento, si bien sus trabajos con el acordeón son bien afamados, aunque, tras estudiarlo en su infancia, lo abandonó durante 50 años y lo retomó «gracias a Jaime Roos».
«Me ultraenamoré del instrumento y grabé un disco, titulado ‘Acorde On’. Y de ahí para adelante, así que Jaime, una vez más, gracias», reconoce.
A lo largo de su carrera ha trabajado con músicos de la talla de los brasileños Djavan, Milton Nascimento o Chico Buarque y los argentinos Fito Páez, Luis Salinas o Adriana Varela, y confiesa que le encantaría alguno cuyo nombre desconoce «porque está escrito en árabe».
«Otros han fallecido. Creo que si viviese 500 vidas, siempre querés más», afirma y cuando se le pregunta por algún músico ya ausente con quien hubiera querido colaborar responde rotundamente: «Alfredo Zitarrosa».
También reconoce su debe con el flamenco, que le encantaría «aprender» porque es una música que «hipnotiza».
«Es espectacular. Camarón, por ejemplo, hay unas grabaciones con Paco (de Lucía), con el hermano (Pepe de Lucía)… No se ve pero tengo toda la piel de gallina, los pelos parados, es una música muy fuerte», asevera Fattoruso, quien declara que también le «seduce» la música folclórica de Galicia.
Durante su carrera, tuvo otros trabajos (como limpiador en un bar o mecánico de motos y coches) y residió en Estados Unidos o Brasil antes de vivir de la música en Uruguay. No obstante, ahora siente «señales de cariño por doquier» y, sobre todo, que «uno está en casa».
«Puedo vivir en diferentes lugares porque me encanta, todas las culturas tienen cosas muy ricas que a uno se le llena el alma, ya sea por lo culinario, por el arte, podría vivir en distintos lugares, pero siempre sería gringo. Acá soy local», apunta.
Subido a un escenario desde los 12 años, a los 76 sigue afrontando giras largas (como las 13 consecutivas que lleva con Tomohiro en Japón) y pone toda su energía en proyectos que le nutren. «Es una combinación de genética resistente y la pasión por la música. Esa pasión hasta el cajón», dice sonriendo.
Y, mientras, sigue disfrutando de la música, ya sea sentado al piano o con la cuerda de tambores de Barrio Sur con la que suele desfilar.
Por Concepción M. Moreno