El hombre que dejó escrito que «lo esencial es invisible para los ojos», Antoine de Saint-Exupéry, hubiera cumplido este lunes 120 años. Nació en la ciudad francesa de Lyon y, tras su muerte en 1944, «El Principito» fue el principal legado de una trayectoria literaria marcada por sus experiencias como aviador.
Ese pequeño cuento poético y filosófico, narrado por un piloto cuyo avión se avería en el desierto del Sahara, vio la luz un año antes de su fallecimiento y creció desde entonces hasta convertirse en la obra de la literatura francesa más vendida y traducida del mundo.
Saint-Exupéry volcó en el niño que abandona su minúsculo planeta sus reflexiones sobre la naturaleza del hombre y de los adultos y selló con ellas una fama que había empezado a labrarse con títulos anteriores como «El Aviador» (1926), «Tierra de Hombres» (1939 o «Piloto de Guerra» (1942).
ORÍGENES NOBLES
Nació en el seno de una familia noble, como tercero de los cinco hijos del conde Jean de Saint-Exupéry y de su esposa, Marie. Su pelo rubio y rizado, el mismo que tendría después el protagonista de su relato, le valieron de pequeño el apodo de «el rey Sol».
«Procedía de una familia muy antigua que se remonta a la Cruzadas, pero eran pobres. Fue aviador porque tenía que ganarse la vida», explica a EFE el escritor y dramaturgo rumano Virgil Tanase, biógrafo del autor y responsable de una adaptación al teatro de su obra.
Su estatus nobiliario, no obstante, le abrió puertas. Aunque no consiguió entrar en la Escuela Naval hizo su servicio militar en un regimiento de aviación y el apoyo de ciertos oficiales le autorizó a recibir clases particulares de vuelo, algo que ya le había interesado desde niño.
Saint-Exupéry se ganó por méritos propios una reputación de piloto incorregible: a veces se desviaba de la ruta oficial que alargaba su trayecto para acabar el libro que estaba leyendo en pleno recorrido.
Su primer accidente grave, en 1923, le hizo prometer a su novia que abandonaría la aviación, pero con la ruptura de su compromiso abrazó de nuevo una pasión por la que acabó contratado en la compañía Latécoère, futura Aéropostale, para transportar correo entre Toulouse y Casablanca, y posteriormente Dakar.
CARRERA INTERNACIONAL COMO PILOTO
Esa empresa le destinó a Argentina en 1929 y allí conoció a la salvadoreña Consuelo Suncín, viuda a sus 26 años del escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, quien se convertiría en su mujer y con quien no tuvo hijos.
Aunque con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939 Saint-Exupéry participó en el combate haciendo vuelos de reconocimiento, fue desmovilizado un año después y se exilió en Estados Unidos.
«Estaba muy por encima de las preocupaciones coyunturales de la guerra», señala el biógrafo, según el cual el literato fue ante todo escritor: «Se sirvió de su experiencia como aviador para nutrir su literatura, pero podría haber sido fontanero, pintor o cualquier otra cosa».
La aviación, sin embargo, fue una constante en su vida. En abril de 1943, desesperado por no servir a su país, según afirma la Fundación que gestiona su legado, consiguió que le volvieran a alistar, de nuevo con misiones de inspección aérea.
La última que efectuó partió el 31 de julio de 1944 a las 08.35 de la mañana de la base francesa de Borgo. Llevaba combustible para seis horas y la falta de noticias a partir de entonces despertó las alarmas.
Durante años su desaparición en aguas del Mediterráneo fue objeto de especulaciones: un suicidio, un accidente aéreo o, tal y como se confirmó décadas después, un ataque enemigo, cuyo autor, el aviador alemán Horst Rippert, reconoció en 2008 que si hubiera sabido su identidad no habría disparado contra él.
En este año conmemorativo de nacimiento, que este lunes celebrará por primera vez el día internacional de «El Principito», dos exposiciones, en Lyon y Toulouse, recordarán además en octubre la vida de quien, según el biógrafo, fue un escritor adelantado a su tiempo y debe sobre todo su reconocimiento a esa joya literaria.