Querétaro (México), 27 jul (EFE).- Generación tras generación, hombres y mujeres de Tequisquiapan, municipio enclavado en la región central de México, tejieron miles de cestos de mimbre, hasta que un artesano llamado Martín Cruz González se rebeló a la tradición.
Contra toda recomendación de sus mayores, dejó de elaborar canastas para crear en tercera dimensión monos, gallinas, guacamayas o elefantes, e incluso personajes de la historia de México.
«Al principio doña Chayo, una señora que me compraba ranas, me decía que quedaban bien feítas», recuerda a Efe el hombre moreno y estatura corta que trabaja en el barrio La Magdalena.
En el pueblo con edificios coloniales españoles y calles de adoquín, el artesano rebelde hizo réplicas de Emiliano Zapata y Francisco Villa, héroes revolucionarios mexicanos, que le valieron el segundo lugar del Premio Nacional de Arte Popular 2016, una distinción del Gobierno federal.
Sus manos y dedos se mueven a tal velocidad que a los ojos normales se les dificulta registrar los movimientos. Sumerge las ramas de mimbre en agua y las entrelaza una y otra vez hasta generar una telaraña perfecta.
El creador de 56 años tiene vivas las enseñanzas de sus abuelos materno y paterno, Pablo Cruz Palma y Pío Quinto González Pérez, pero sobre todo las de su madre Teodora González Cruz.
«Mi papá no nos tenía paciencia. La que nos tuvo paciencia fue mi mamá», rememora. Sus bisabuelos se dedicaban a trabajar la artesanía típica: canasta con vara de saúco y raíz de sabino.
Sus manos se iniciaron en el oficio tardíamente, a los 10 años -cuando sus hermanos lo hicieron a los 5, como dicta la tradición-, primero de mandadero, luego dando el acabado a las canastas, «trasquilando» (quitando) los remanentes de mimbre.
«Mi mamá nos enseñó tenerle amor al trabajo y paciencia, mucha, paciencia. Yo apenas iba a empezar y ya estaba desesperado, pero poco a poco uno va aprendiendo a agarrarle cariño y amor», dice.
Durante seis años sintió una enorme satisfacción por ver terminados sus canastillos, y aunque parecían agraciados siempre esperaba al siguiente día pensando en la perfección. «Me quedará mejor», se repetía cada noche.
La monotonía de esos trenzados llegó a hartarle. Su primera rebelión fue haber forrado con mimbre botes de plástico de aceite automotriz. «Le hacía trompita de regadera y la agarraderita», describe.
Doña Chayo, una vendedora local, aceptó gustosa el producto.
Y al ver a uno de sus hermanos darle forma de guacamaya a un amasijo de varas, recreó ranas. «Me fastidiaban las regaderas y empecé hacer ranas chiquititas», afirma.
«Te las voy a comprar, pero te quedan bien feítas», le recriminó la mujer, según recuerda.
Su orgullo fue tocado. Jamás paró, evolucionó de las feas ranas a majestuosos elefantes, guacamayas, gallinas, jirafas, toros, monos, caballos y globos aerostáticos. Luego dio el salto a personajes históricos.
Durante un mes, recién amaneciendo hasta avanzada la noche, recreó Tenochtitlan, capital del imperio mexica, con 11 figuras de mimbre traído de Singapur, entre ellas una serpiente y una águila posada en un nopal, el escudo nacional.
«La más difícil ha sido la gran Tenochtitlan; me tardé un mes. Tuve que hacerlas (las figuras), pegarlas y acomodarlas para que tomara forma», asegura orgulloso.
La representación de una de las mayores ciudades de su época y capital del Estado que dominó Mesoamérica se logró con unas manos recias que tampoco pararon durante otros 22 días para replicar a dos de sus héroes: Zapata y Villa.
«Mi esposa me pedía ir dormir y yo no quería dejar eso porque veía avances y me daba gusto, y al otro día me paraba y quería seguir trabajando porque era la satisfacción de lo que estaba haciendo y nunca me cansaba», recuerda.
Las figuras de Emiliano Zapata y Francisco Villa, caudillos de la Revolución Mexicana iniciada en 2910, le valieron estrechar la mano del entonces presidente Enrique Peña Nieto al obtener en 2016 el segundo lugar del Premio Nacional de Arte Popular.
«Mucha alegría, nos pasearon, nos dieron de comer y entré a Los Pinos (la entonces residencia presidencial). Nunca me imaginé que entraría», afirma desde una humilde pero digna vivienda donde sus obras arte cuelgan de paredes medio pintadas de colores vibrantes.
Siempre agradece a Dios por el don que le dio para entretejer bejucos y transformarlos, pero de vez en vez se entristece porque la tradición de tejer con mimbre se acaba.
«Me da tristeza porque se va acabar esto. Ya somos los últimos», suelta y sigue tejiendo sus obras que venderá desde 200 pesos (10,3 dólares americanos) hasta 600 (31).
«Somos la última generación de artesanos en Tequisquiapan», puntualiza.