Ciudad Juárez (México), 5 jun (EFE).- Los ojos de Juana, una migrante hondureña, se llenan de lágrimas desde el albergue de Ciudad Juárez donde pernocta al recordar cómo las autoridades migratorias de EE.UU. la separaron de sus tres nietas tras cruzar la frontera entre México y Estados Unidos.
Sentada en el comedor del albergue para migrantes El Buen Pastor de Ciudad Juárez (Chihuahua), en la periferia de la urbe, Juana cuenta a Efe una historia marcada por la impotencia, la angustia y la tristeza.
«Nosotras nos venimos solas, pero en el camino encontramos personas y con ellos nos venimos. En rato veníamos en carro, al rato veníamos caminando. La gente me regalaba comida, agua, ropa para las niñas», cuenta a Efe Juana.
La señora, de unos sesenta años, menciona que desconocía por completo la forma en la que podían ingresar a Estados Unidos y que al llegar a esta ciudad fronteriza optaron cruzar por el río Bravo.
«Vimos un carro del otro lado, entonces nos apuramos a llegar ahí y pasamos. Ya el señor de la patrulla, bien amable nos pasó», continúa.
Hasta ese momento, Juana y sus nietas de 15, 12 y 7 años, pensaron que lo habían logrado y que pronto se iban a reunir con la hija de Juana y madre de las menores, a quien no habían visto desde hace seis años cuando decidió migrar a Houston, Texas.
Pero cuando Juana le dio su nombre y el de sus nietas a los agentes de la Patrulla Fronteriza, comenzó la pesadilla: la abuela fue separada de sus tres nietas y no ha vuelto a verlas, a cuidarlas, a abrazarlas.
«Me dijeron que había cometido un delito por haberme traído a mis niñas y que no las podía ver, y que no tenía ningún derecho», llora Juana.
Durante su estadía en un centro de detención para migrantes en El Paso (Texas), ella y otras mujeres migrantes debían turnarse para dormir pues el espacio en el que las tenían recluidas era muy pequeño: «No cabía ni el pie», asegura.
Además del hacinamiento, pasaron frío, tanto que ni las mantas térmicas las permitían entrar en calor. De la comida que les servían, recuerda que nada más les daban sándwiches.
«Humillación» es la palabra que Juana utiliza para describir lo que sintió esos días en los que llegó a estar 192 horas sin bañarse. No obstante, su rostro parece alegrarse cuando menciona la vez que se enteró que sus nietas ya se encontraban con su madre.
«Hace poco la llamé y me dijo que las niñas ya estaban con ella. Estuvieron casi un mes (separadas) para llegar donde la mamá», cuenta.
Ahora, Juana lleva casi tres meses en el albergue de Ciudad Juárez esperando que su solicitud de asilo político sea aprobada por Estados Unidos.
Prefiere quedarse con el recuerdo de la vez que habló por teléfono con la más pequeña de sus nietas: «Mamá, quiero dormir con usted», escuchó que le decía.
Fue por todo este amor a sus nietas que Juana tomó la decisión de migrar y protegerlas de la violencia que vivían en Honduras y padecieron en propias carnes con asaltos.
«Me agarré de Dios y en nombre de Dios dije ‘mejor se la voy a llevar a la mamá’. Y así fue como me traje a las tres niñas», explica.
Juan Fierro es el pastor encargado del albergue donde se encuentra Juana y actualmente se encarga de apoyar a 120 migrantes de diferentes nacionalidades.
En este lugar, se les brindan alimentos diariamente que son preparados por algunas de las mujeres migrantes.
Asimismo, tienen un espacio en donde dormir, ducharse y esperar mientras llega su turno para ser atendidos por las autoridades migratorias de Estados Unidos, comenta Fierro a Efe.
El pastor reconoce que por el momento tienen a pocos migrantes albergados, pues a finales del año pasado llegaron a darle alojamiento a 260 personas, cuando las instalaciones están acondicionadas para 60.
Recuerda que de ese total, 250 eran cubanos y el resto de Honduras.
Cifras oficiales proporcionadas por el Centro de Atención Integral a Migrantes (CAIM) indican que desde el 27 de octubre del año pasado hasta la fecha, han registrado 16.257 migrantes que se reportaron en Ciudad Juárez, aunque muchos de ellos ya pasaron a Estados Unidos o fueron deportados.
Actualmente, hay 5.193 en Ciudad Juárez esperando que Estados Unidos acepte sus trámites migratorios.
Además existen en la ciudad 3.913 migrantes que esperan la resolución de solicitud de asilo político; de dicho total 41 % son mujeres y 34 % provienen de Honduras.
Desde mediados de octubre, miles de migrantes, la mayoría centroamericanos, cruzan México en caravana en un éxodo sin precedentes que ha desatado fuertes choques diplomáticos.
El último de ellos, la decisión de imponer aranceles por parte del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a todos los productos mexicanos y como castigo por no parar la migración.
Pese a los intentos para reforzar la seguridad por parte de México, este mismo miércoles el flujo de migrantes continúa en la frontera entre México y Guatemala, tal y como constató Efe.
A finales de diciembre de 2018, el Gobierno mexicano cedió a las presiones de Trump y aceptó que los migrantes, una vez hecha la petición de asilo a Estados Unidos, regresaran a México para esperar ahí respuesta, incrementando la presión ya existente en la frontera.
Un mes después, la medida se puso en marcha.
Juana es uno de estos casos, y hoy tiene la esperanza de que en su segunda cita en Estados Unidos, el 23 de julio, esté más cerca de recibir el asilo político.
«Ojalá Dios quiera que así sea y logre llegar yo donde ellas», concluye.