Madrid.-Tarde de móviles fuera del bolsillo, para consultas en redes sociales y mensajes a las amistades contando que estás en los toros con la auto-foto del ruedo al fondo, adjunta como prueba, que dan lugar a conversaciones escritas largas para entretener. Más cigarrillos de lo habitual consumidos tan rápido como se fue apagando la tarde, corta en tiempo, larga en sensación. Más conversaciones que de costumbre, para entretenimiento ante la falta de atención a la lidia por aburrimiento sin protagonistas, toros. Denominador común de mansedumbre incompatible con atención y triunfo, en una tarde que, como todas, tiene mucho que contar en claros y oscuros. El blanco y negro de la fiesta.
Sin fijeza el primero, mirando al tendido como buscando amigo al que regaló una entrada, o al mayoral amigo, no quiso encelarse en el capote de Ferrera, aunque el percal tuviese el perfume torero que impregna el extremeño entre las dos varas llevándolo por abajo. Bruto y algo crudo llegó el colorao a la muleta que intentaba templar el extremeño ante una velocidad para multa por exceso. De toda la arena lisa de rastrillo en el ruedo, solo un pequeño rodal en la puerta de toriles marcaba el escaso espacio del desarrollo. Como película en cámara rápida se consumió una faena zurda con el oficio del torero, marcando la cotas más altas con los naturales diestros y un redondo completo bien rematado por bajo y alto. Una estocada aguantando la arrancada repentina puso final al vértigo, a punto de ser premiado con trofeo pedido con ganas.
El cuarto casi pone las pezuñas en la esclavina de Ferrera, en brinco atlético por sorpresa. Primera vara de pura pelea ganada por picador con aguante y poder. Y después eterna espera de un muletazo bueno ante el cobarde que después de andares reculando emprendió la huida a tablas como desertor que nos robó batalla sin tiros, cartuchos ni balas. Fogueo de manso ante un Ferrera que pareció conformarse con la gran traca de su primer día, eterna en el recuerdo, pero hoy para olvidar, en la nube también.
El astifino segundo no dejará recuerdo del primer tercio, quedando en el limbo, o la nube que diría un moderno, es decir, la nada. Pena de continuidad en el mismo tono, con la aspereza de la cara alta al final de cada muletazo y la escasa transmisión a la que Diego Urdiales tampoco pudo la gasolina para que aquello arrancara. La estocada final fue lo único narrable. El resto, la nada.
Mucha bondad, sin clase ni transmisión tuvo el quinto, dejándose llevar por la muleta de Urdiales, más metida en labor que su anterior, en las cercanías, con valor en el pecho siempre y aisladas fases de interés. Menos de las que mereció su buen planteamiento al que también faltó enemigo para llegar a cuajar.
Música de viento acompañó la salida del cinqueño tercero, por su trapío primero y por sus caídas después. Viacrucis con resorte que impulsa el silbido al tocar el suelo como automatismo instalado en la arena. Ginés Marín intentó imprimir suavidad en cada tanda en la que el toro luchaba entre las ganas y la fuerza. Si hubiesen ganado las fuerzas su calidad habría quedado patente, pero ganaron las tropas oscuras que impedían acudir presto al encuentro, siendo evidente que sobraba hombre y faltaba animal.
Mando pregonado a gritos y formas el sexto, con cualidades en negro oscuro, nada pudo hacer Marin más que abreviar al cumplirse las dos horas justas de festejo y el milagro de una tarde breve.
Madrid, Las Ventas. Feria de San Isidro. Casi Lleno
5 toros de Alcurrucén y 1 de El Cortijillo (4º). Mansos en general, con movilidad el primero.
Antonio Ferrera, saludos y silencio
Diego Urdiales, silencio y saludos
Ginés Marín, silencio y silencio