México 26 jun (EFE).- Armada con sus ilustraciones, Isela Xospa lucha para preservar el náhuatl y su invaluable patrimonio cultural desde el municipio de Milpa Alta de México, país donde esta lengua indígena pierde parlantes cada día.
En entrevista con Efe, la artista cuenta su viaje de ida y vuelta. Nació en Milpa Alta -una de las 16 alcaldías de la Ciudad de México- y, tras emigrar a Nueva York y pasar allí más de una década volvió a su lugar de origen con el objetivo de preservar la tradición oral en una colección de libros ilustrados.
Hace poco vio la luz el primer volumen de esa colección: «In miqui yoli. El muerto vivo», un libro editado usando únicamente dos tintas: negra y naranja, el color de la flor de los muertos, el cempasúchil.
El libro narra la historia de un enterrador que volvió a la vida gracias a las ofrendas puestas por los habitantes del pueblo en el tradicional Día de Muertos.
Es una revisión de un libro publicado en 1942 por Anita Brenner, «The boy who could do anything (El niño que podía hacer cualquier cosa)».
«Es una colección de historias locales que Luz Giménez, una indígena de Milpa Alta, le contó a ella», precisa Xospa.
En esta nueva edición, con textos en náhuatl y español, regresan personajes como el enterrador Pedro, familias nahuas típicas de la región, el niño que descubre que Pedro ha vuelto a la vida o incluso la Muerte.
Todos ellos ilustrados en el particular estilo de la artista, que se deshace de las convenciones estéticas que tiene el cuerpo y dibuja a todos con forma cúbica.
La idea de dibujarlos así llegó a partir de observar «que en México las publicaciones indígenas o con temas indígenas, aunque ahora han cambiado un poco, estaban muy estereotipadas».
«No me gustaba y dije: ¿cómo hacer para que salga del estereotipo indígena? Si te fijas, (la persona) es un cubo y ese cubo igual se vuelve blanco, rojo, rubio, grande o chiquito. No hay gordo, no hay flaco, no hay forma pero es una persona», explica.
En el particular mundo de Xospa, los árboles, las montañas o las nubes tienen rasgos humanos, acorde con la cosmovisión nahua, quienes defendían «un equilibrio con el medioambiente».
«En la cosmovisión nahua todo es una persona, parte de eso está en las cosas que hago: el volcán tiene una cara, la nube tiene una cara, porque son personas», incide.
Esto es solo un ejemplo de un modo de ver el mundo -la que reside dentro del idioma náhuatl- que Xospa se obstina «en reivindicarlo, en traerlo de nuevo a la vida social».
Los niños deben ser los principales receptores de esto, pues de ellos dependerá a la larga que la lengua se preserve, que las tradiciones se sigan transmitiendo.
Para la ilustradora, cuando muere una lengua, muere toda una forma de ver el mundo.
En el caso del náhuatl, la define como «muy florida, muy poética, muy suave, se habla suavecita, con mucho cuidado».
Esta pasión por las raíces, por los pueblos originarios de México, parece estar cada día más esquilmada, con escaso interés para los gobernantes y ciudadanos del país.
«Es una cosa sistemática que viene desde los medios, las modas, la globalización», considera.
También es algo que viene de muy atrás, desde que en los años 30 del siglo pasado se empezase a llevar a cabo «una estrategia para desindianizar a los indios» para que estos «dejaran de ser indios, dejaran de vestirse como se vestían, dejaran de hablar la lengua».
Sin embargo, según cuenta Xospa, estas lenguas sí parecen despertar el interés de lingüistas e investigadores de Estados Unidos o algunos países de Europa.
«Las universidades están invirtiendo en el aprendizaje de lenguas indígenas y están haciendo publicaciones en leguas indígenas», asegura, lamentando después que en México resulta muy difícil sacar adelante publicaciones en esa lengua.
Según su experiencia, cada vez resulta más difícil encontrar traductores y editores de calidad de esas lenguas.
Sin ir más lejos, la traducción al náhuatl de los textos de su libro la hizo el holandés Rudolf van Zantwijk.
La razón del interés de los extranjeros, especialmente de Estados Unidos, por «empezar a colectar y a publicar esos libros en lenguas indígenas es porque es conocimiento y, cuando los demás pueblos lo pierdan y no sean capaces de hacerlo ellos, lo van a poder vender».
Ante esta perspectiva, Xospa apuesta por producir en su casa, en Milpa Alta, y «contar historias memorables basadas en la cultura local».
«Todo el mundo hace eso, los japoneses hacen historias memorables basándose en su cultura, los norteamericanos, los franceses… ¿Por qué en México estamos tan escasos de esas cosas?», concluye.