El reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite a sus fieles el adulterio a condición de que antes de cometerlo se pongan gel antibacterial), vio cierta noche a una sexoservidora que en una esquina brindaba sus oficios a los noctámbulos que por ahí pasaban. Fue hacia ella y le preguntó, severo: «¿Conoces el pecado original?». «No sólo uno, guapo -respondió ella, feliz al suponer que había hallado un cliente-. Conozco varios bastante originales». Pues bien: a los dos años de haber sido electo López Obrador creo saber cuál fue -y sigue siendo- su pecado original. Para nombrarlo no se requieren muchas cifras ni profusión de palabras. Con un solo número y una sola letra se puede señalar. El número es el 4; la letra es la te. La 4T. Ahí radica el pecado original de AMLO. En efecto, el título que el actual Presidente puso a su Gobierno, eso de «la Cuarta Transformación», deja ver el concepto que de sí mismo tiene López Obrador: se ve como un personaje histórico que continúa, complementa y consuma las transformaciones llevadas a cabo por los otros tres personajes emblemáticos que lo antecedieron en la obra transformadora de la Nación: Juárez, Madero y Cárdenas. De ese sentimiento de grandeza derivan las acciones personalistas del tabasqueño, su marcada tendencia al absolutismo, su despego de la legalidad, su hostigamiento a quienes lo critican, su convicción de que sólo él posee la verdad y los demás están en la mentira, su pensamiento de que aquellos que no lo apoyan hasta la ignominia no solamente son sus adversarios, sino también los enemigos del pueblo y de la patria. Ahí radica el pecado original de AMLO: en sentirse llamado por un destino superior a figurar en la Historia al lado de los grandes próceres de la República. Eso explica, entre otras cosas, su sentimiento de invulnerabilidad tanto frente al coronavirus como ante la violencia (el pueblo bueno y sabio lo protege lo mismo de la epidemia que de la inseguridad); eso explica también sus caprichosas ocurrencias, su continuo enojo con aquellos que no lo aplauden siempre, su actitud de suficiencia que lo lleva a desoír todas las voces que no sean la suya y la de sus adláteres. La 4T de AMLO. Esperemos que la realidad le quite al Presidente el sentimiento de grandeza que lo está empequeñeciendo. Susiflor y Rosibel pasaron el fin de semana en una cabaña de turismo ecológico. Al volver le comentaron a su amiga Dulcimela: «Hacía mucho frío. El último día estuvimos bajo uno». Preguntó ella con asombro: «¿Las dos?». La mamá del muchachillo adolescente lo llevó ante el cura párroco. «Se entretiene consigo mismo, padre -lo acusó-. Por más que le digo que se va a quedar ciego y a volverse loco, y que además de eso le van a salir pelos en la mano, sigue en lo mismo». «Déjame hablar con él» -le pidió el sacerdote. Se retiró la señora. Al mismo tiempo llegó otra que le llevaba de regalo al párroco una charola con piononos, sabrosos pastelillos. A solas ya con el muchacho el sacerdote le dijo que lo que hacía era pecado grave. En eso el sacristán entró para avisarle que tenía una llamada telefónica del Obispo. «No te vayas -le advirtió el párroco al mozalbete-. Aún me falta decirte que te vas a ir al infierno». En ausencia del sacerdote el acusado se comió los piononos. A su regreso lo notó el presbítero y le reclamó, irritado: «¿Por qué te comiste mis pasteles?». Explicó el chamaco: «No tenía otra cosa que hacer». «¡Desgraciado! -profirió el párroco, furioso-. ¿Y por qué mejor no te entretenías contigo mismo?». FIN.
MIRADOR
Al fin Diosito decidió portarse bien.
Ha empezado a llover.
Si miraras ahora los campos del Potrero el corazón se te llenaría de verde. El verde de la tierra, que estaba ocre y gris por la sequía; el verde de los pinos, antes grises con el polvo gris; el verde que -dicen- tiene la esperanza: la de los hombres en la cosecha; la de las mujeres en el pan para sus hijos.
Ayer, primer día del mes, me reconocí culpable de haber dudado de la providencia del Señor. Entonces en lugar de prender una velita, como siempre, encendí dos: una para pedir la casa, el vestido y el sustento; la otra para implorar perdón por mi vacilante fe.
Ahora estoy oyendo la música del cielo, el ruido que la lluvia hace al caer en el techo de la casa. Esa música es mejor que la de Bach, Mozart, Beethoven, Schubert, Chopin o Debussy. No es que les falte yo al respeto a esos genios, pero la música mejor es la que la que escribe la lluvia después de largos meses de secano.
Escucho esa música y vienen a mí todos los dones de la fe, la esperanza y el amor.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…Viaja López Obrador a Washington…»
Y no me parece mal:
eso es parte de su cargo.
Únicamente le encargo
la dignidad nacional.