Como continuación de la primera parte de esas líneas (‘Bendito coraje’), publicadas ayer en este mismo espacio, retomamos la noción de que el pretendido debate que abre AMLO, con su réplica al llamado de los intelectuales que firmaron la carta publicada el miércoles en Reforma, es imposible en cuanto a se desarrolla en dos planos.
Y es que nuestros reconocidos críticos sociales ya pueden argumentar citando a Tocqueville, a Popper y al mismísimo Marx, en el entendido de que nada lograrán de un oponente que encabeza ceremonias de purificación, aleja pandemias con escapularios y pide permiso a la ‘Madre tierra’ para devastar miles de hectáreas de tierras vírgenes para un proyecto de utilidad más que dudosa.
Hay que reconocer en la carta de los intelectuales su naturaleza democrática, afortunadamente tan distante de las pretensiones ciertamente golpistas de grupos como FRENAAA, que buscan por medios antidemocráticos deponer a un mandatario según ellos en defensa de la democracia, aunque tal vez su mayor defecto, volviendo a la carta y a pesar de la sensatez de sus premisas, es tratar de hablar desde el intelecto a una ciudadanía iletrada y carente de los más elementales fundamentos de nada que pueda llamarse una cultura política.
En estos términos, tal vez se sobrestime el papel del intelectual en el debate político en México, pues tal debate no existe, a menos de que se entienda como tal la crítica del poder que se hace desde medios especializados por parte de especialistas y la réplica de los jilgueros del régimen, lo que equivale a aceptar que existe discusión posible entre un sector que se nutre del pensamiento de Octavio Paz y sujetos como el lamentable ‘Patiño’ de la ‘pajarita’ que acude a las conferencias matutinas del mandatario y personajes de esa ralea.
En esos términos, y seguramente los firmantes del manifiesto lo entienden mejor que quien esto escribe, hay que apelar a la imagen clásica que representan Nerón y Séneca, para explicar la imposible relación entre un poder autocrático y corrompido y cualquier intento de introducir cualquier noción de moralidad ante quien se siente la encarnación de la moral misma.
Recordemos que el liderazgo fascista se fundó en el programa que prefiguraba Hofmannsthal, que pedía para la ‘nueva Alemania’, tres décadas antes del ascenso del nazismo al poder –por el vía de las urnas, por cierto- “un genio marcado por el estigma del usurpador” y que fuera a la vez “un maestro”, “un profeta”, “un seductor” y “un soñador erótico”, es decir un guía cuya figura fuera ajena a cualquier racionalidad.
No hay pulsiones violentas en AMLO, hay que decirlo, para fortuna de todos, pero sí esa figura seductora, erótica, que conjura tantos atavismos y que por ahora sigue seduciendo a millones, justo en un pueblo tan atávico como el nuestro, anhelante desde hace tiempo de un caudillo que lo guíe por lo que ya se perfila como una travesía en el desierto.