CIUDAD DE MÉXICO.- Si hay en el mundo algo de naturaleza absolutamente neutral, ese algo son los números. ¿Es concebible, entonces, que alguien los use para propósitos de sicalipsis? ¡Sí es posible! Y como muestra pondré el siguiente ejemplo. Por favor, tomen mis cuatro lectores papel y pluma, pues tendremos que hacer algunas sencillas operaciones matemáticas para apreciar debidamente este relato. Comencemos… A cierta ciudad de antiguo Oriente llegó un sultán viajero y le dijo al de la localidad: «He estado durante más de un año en el desierto, en absoluta soledad. No he tenido por tanto, durante todo ese tiempo, trato con mujeres, y vengo poseído de carnal deseo. Pienso que una sola odalisca no será suficiente para saciar la libido que en mí arde. (Estoy pensando que este tipo no era sultán: era actor de telenovelas). Necesito que llames en mi auxilio a ocho huríes a fin de que seden mi concupiscencia. Pagaré por la bondad de las ocho». El sultán de la localidad, que algo tenía de mercader, hizo que ocho odaliscas atendieran al visitante. Después de estar con ellas apareció éste. Venía exhausto y agotado. «Señor -le dijo con vergüenza a su anfitrión-, calculé mal. No necesitaba ocho odaliscas: cuatro fueron suficientes para dejarme exangüe. Pagaré, sin embargo, por las ocho, como prometí». «No lo permita el Profeta -respondió el otro sultán-. Pagarás solamente por las cuatro odaliscas cuyos favores requeriste». «Gracias, amigo mío -dijo el otro-. ¿Cuánto me vas a cobrar?». Contestó el dueño del harén (tomen aquí su pluma o lápiz mis lectores, y vayan escribiendo): «Por la primera odalisca te cobraré 150.00 dinares. Por la segunda, la décima parte de esa cantidad, es decir 15.00 dinares. Por la tercera te voy a cobrar igualmente la décima parte de esta cantidad, o sea 1.50 dinares. Y por la última pagarás sólo la décima parte de esta última cantidad, es decir, 0.15 de dinar. «¿A cuánto asciende el total?» -preguntó el visitante al tiempo que sacaba su bolsa. El anfitrión hizo la suma (por favor háganla con él mis lectores: 150.00, más 15.00 más 1.50, más 0.15). «Es tanto» -declaró el sultán mostrándole la suma al individuo. Pagó éste la cantidad, dio las gracias y se retiró. El dueño del harén quedó pensativo. Jamás había hecho un trato así. Caviló: «Quizá cobré muy poco. O a lo mejor demasiado». En eso acertó a llegar un anciano cadí a quien el sultán apreciaba por su prudencia y sano juicio. Lo llamó y le contó su inquietud. Le dijo de las ocho odaliscas que pidió el visitante; de cómo estuvo nada más con cuatro; le informó cuánto le pagó y le preguntó luego si le había cobrado poco o mucho. El anciano sacó papel y pluma y preguntó: «¿Cuántas odaliscas en total pidió el señor?». «Ocho» -respondió el sultán. «Muy bien -dijo el anciano-. Vamos a representarlas con ocho circulitos, cuatro arriba y cuatro abajo. ¿Con cuántas de ellas lo hizo?». «Con cuatro» -contestó el del harén. «Bien -dice el anciano-. A los cuatro circulitos de arriba les ponemos entonces un rasguito hacia arriba, así: 6, pues en esa posición estuvo el visitante, con su rasgo hacia arriba. Y ¿con cuántas no pudo?». «Con cuatro» -le informó el sultán. «Perfectamente -dijo el cadí-. Entonces a los cuatro circulitos que están abajo les ponemos sendos rasgos hacia abajo, así: 9, pues de ese modo se miró el señor, también con su rasguito hacia abajo. Sume usted, señor, esos cuatro seises y esos cuatro nueves. Así sabrá si cobró poco, cobró mucho o cobró exactamente lo que debía cobrar». Hizo la suma el sultán y quedó muy complacido. Si esa misma suma la hacen mis cuatro lectores sabrán por qué… FIN.
MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE
En el pequeño cementerio de Ábrego está la tumba del cura del lugar. La gente lleva flores a la tumba, pues dice que fue un santo. Pero si la tumba pudiera hablar, callaría esto:
«Sentí el llamado de Dios y lo seguí. Me hice sacerdote. Creía en Dios, y sentía que Dios creía en mí. Pero luego el tedio de la vida y las mezquindades cotidianas me hicieron dudar de que Dios estuviera conmigo. Dejé de creer en Él, no sé si porque leí algunos libros o porque no leí los suficientes. Únicamente los que saben mucho y los que no saben nada tienen a su alcance a Dios. Así, perdí la fe. Pero a nadie lo dije. No importaba que yo no creyera en Dios: lo importante es que las gentes a quienes yo amaba sí creían en Él. Por amor a ellos seguí hablando de Dios. Le rezaba por las noches reclamándole que no existiese. Me dolía haberme vuelto ateo porque no tenía a quien dar las gracias por estar aquí.
Uno de los dones que recibí de la vida fue el de la muerte. La tuve tranquila. Mis últimas palabras, dirigidas a los pobres que rodeaban mi lecho, fueron éstas: ‘Dios los bendiga’. En sus lágrimas vi que mi vida no había sido inútil. Y dije para mí: ‘Gracias a Dios’. Porque no había más a quien darle las gracias. Ahora sé que…».
Otras palabras hay en la tumba del santo que no creía en Dios. Sin embargo, el viento que sopla en el cementerio no deja que se escuchen.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
Por AFA
«…Los ojos de Estados Unidos están puestos en México…»
Si los datos no son vanos
eso es causa de alegría,
porque más bien se diría
que tiene puestas las manos.