«Por las noches mi marido se parece a Clark Gable». Así le dijo una señora a su vecina. Exclamó ésta: «¡Ah, ese galán del cine del ayer! Recuerdo aquella escena de ‘Lo que el viento se llevó’, en la que carga en sus brazos a Vivien Leigh y se la lleva por la escalera a la recámara. ¿En eso se parece por las noches tu marido a Clark Gable? ¿En lo ardiente?». «No -replicó la señora. En lo muerto». «No hay hombre más humilde que un crudo». Eso decía mi inolvidable amigo Hugo L. del Río, compañero de andanzas periodísticas desde los tiempos de la juventud. En ese tétrico estado amaneció Empédocles Etílez. Tan mal se sentía a causa de la cruda que pedía a voces un médico para que lo operara. Con gemebunda voz de contrición le dijo a su mujer: «¡Te juro que nunca me volveré a embriagar!». Replicó la señora: «Si otra vez te emborrachas ¿qué te hago?». Arriesgó tímidamente el temulento: «¿Chilaquiles?». La democracia es costosa, es ruidosa y es latosa, pero no se ha encontrado todavía un mejor sistema de Gobierno. Ciertamente las dictaduras suelen ser más eficaces -algunas hay, claro, que no lo son-, pero los yerros de la democracia se pueden corregir con más democracia, en tanto que los dictadores suelen empecinarse en sus errores, y repetirlos. Su terquedad es la de la acémila; no escuchan consejos ni opiniones. Tienen por lema aquel refrán antiguo que decía: «El que manda, manda, y si se equivoca vuelve a mandar». Otro dicho popular había para expresar sorpresa ante la llegada de alguien: «¡Mira lo que trajo el agua!». Las aguas de la democracia traen a veces cosas inquietantes. Sucede en ocasiones que lo que se esperaba era mayor que lo que se recibió. Hay que confiar entonces en que la democracia borrará lo que escribió antes. No hay que dar cabida al pesimismo o la desesperación. En caso de que esa señora, doña Democracia, cometa algún error, esperaremos a que lo enmiende ella misma. Tarde o temprano lo hará. Lo hizo, por ejemplo, cuando después de más de siete décadas de dominación priísta instauró en México la alternancia, que es una de las más visibles formas del ejercicio democrático. En nuestros tiempos la democracia no tardará tanto si se presenta de nuevo la ocasión de echar democráticamente borrón y cuenta nueva. Sibilino has estado columnista, enigmático y oscuro como el oráculo de Delfos. Ea, deja ahora la clámide, el plectro y los coturnos -sobre todo el plectro, que no sé qué chingaos sea- y cierra con un cuento de humor lene el telón de tu columnejilla. Farthe Fast creía ser el segundo revólver más rápido del Oeste. En el saloon de Picadillo, Texas, -se pronuncia «Picadilo»- se jactó ante el cantinero de su velocidad y puntería. Para probarlas sacó su pistola con la celeridad del rayo y con tino letal le tumbó de un balazo el cigarro de la boca al hombre que tocaba el piano. Dijo luego, orgulloso: «Solamente Doc Holiday me puede superar. Y quizá ni él». «Es posible que tengas razón -admitió el cantinero-. Aun así me gustaría hacerte dos recomendaciones». «¿Cuáles son?» -se amoscó el joven pistolero. Respondió el de la cantina: «La primera: unta con aceite de ballena la parte interior de la funda de tu revólver. Así la pistola resbalará más fácilmente y podrás sacarla con rapidez mayor». «No me parece mal -concedió el mozalbete-. Y ¿cuál es la segunda recomendación?». Contestó el tabernero: «Aquí tengo manteca de cerdo. Unta con ella en este mismo instante el cañón de tu pistola». «¿Ahora mismo? -se sorprendió Farthe Fast-. ¿Por qué?». Replicó el de la cantina: «Porque ahora que Doc acabe de tocar el piano te va a meter ya sabes dónde el cañón de tu pistola». FIN.
MIRADOR
Llegó sin avisar y se presentó a sí mismo:
-Soy el color rojo.
Le pregunté:
-¿En qué puedo servirle?
Me respondió con voz imperativa:
-Diga en sus escritos que yo soy el mejor de todos los colores.
-No puedo hacer tal cosa -opuse-. Los demás colores se molestarían conmigo, y los necesito a todos para hacerles dibujos a mis nietos. ¿Se imagina usted un dibujo para niños sin el verde para el césped, el azul para el cielo y el amarillo para el Sol? De usted, en cambio, se puede prescindir más fácilmente.
Al oír ese razonamiento el rojo enrojeció por el enojo. No me importó bastante: el enojo no suele aparecer en los dibujos infantiles.
Se lo dije, y el rojo se puso aún más rojo. Lo sentí mucho, pero como dice la sabiduría popular: «Más vale una colorada y no cien descoloridas».
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…Un majadero individuo hablaba de su suegra…»
«En tiempo de vacaciones
-generalmente no falla-
la contratan en la playa
para espantar tiburones».