No pocos repararon, cuando aquel despropósito de Felipe Calderón de declararse en guerra contra el narcotráfico, que mientras las matanzas se hacían parte de nuestra realidad, los nuestros cuyo número se acumulaba no eran, nunca lo fueron, personas asesinadas por el mandatario, al que de cualquier manera se le pudo acusar y se le sigue acusando de irresponsable.
‘Calderón no los mató’, se decía desde la sensatez, pero siempre recordando que no se puede ir a la guerra sin saber con qué fuerzas cuenta uno y con cuántas el enemigo, un argumento que no se entendía desde el punto de vista de AMLO y sus cercanos que, con el resentimiento clavado ante la presunción de fraude en su perjuicio, señalaban al entonces presidente como culpable hasta de que en el cielo hubiera o no hubiera nubes.
Todo lo vamos a arreglar, dijeron durante 18 años, justo ahora que con las cuentas oficiales tenemos 17 mil 982 asesinatos en el primer semestre del año, una marca histórica para el país, a los que hay que sumar los 50 mil muertos que se acumulan por causa de la pandemia, además de esos muertos indirectos, entre los que podemos contar a todos aquellos que han fallecido en estos meses por falta de atención médica, por desabasto de medicinas, por falta de capacidad en los hospitales, donde se da prioridad, que es un decir, a los infectados por el coronavirus.
Es obvio que acusar de esto al mandatario es delirante, pues él no ha jalado ninguna vez el gatillo y es cierto de que es un hombre convencido de que el camino de las armas no lleva sino a generar más violencia, aunque no entienda que hay batallas que hay que librar y que resulta pueril seguir pensando que la buena voluntad sirve para algo cuando se enfrenta a sujetos crueles, sanguinarios y sádicos.
Tampoco se le puede responsabilizar de los muertos de la pandemia, pues nada en su actuar lo ubica como causante de la propagación del virus, aunque sí que puede señalársele por la mala gestión del Sector Salud, el desmantelamiento del Seguro Popular y luego de fomentar la irresponsabilidad de muchos, cuando basta compilar las muchas y reiteradas veces que él mismo minimizó los efectos de la propagación del bicho, para ver cómo un líder tiene el deber de ser ejemplar ante fenómenos de esta naturaleza.
A manera de coda, comentaremos que a nadie extraña que en este país, de los más golpeados por la pandemia, cada vez más avance el temor, la tristeza y la decepción y que en los recientes meses sean cada vez menos los mexicanos que digan sentirse optimistas y felices, como lo demuestra la encuesta de El Financiero que muestra que a principios de año 57 por ciento de los mexicanos decía sentirse alentado de cara al futuro y se declaraba feliz, una cifra que disminuyó en junio hasta el 36 por ciento, pues la confianza que generaba el mandatario se ha ido deteriorando a golpe de muerte, violencia, enfermedad y complicaciones graves en la situación económica de casi todos.
Del mentado bienestar del pueblo, coincidiremos que quedan muy pocas cosas qué decir.