El principio del tercero excluido (el famoso ‘tertium non datur’), se nos plantea cuando, como ya sabemos quién, estamos con él o contra él, y en numerosos dilemas diarios que nos obligan a elegir entre una de dos opciones, sin posibilidades de una tercera acción, de lo que se desprende el mandato de la ética de, entre dos males, elegir el menos malo, un asunto para el que los mexicanos, comenzando por las autoridades, no es que estemos muy dotados a la hora de elegir.
Por ejemplo, tras un confinamiento parcial y menos que eso, nuestro país tuvo que decidir entre conservar la salud o dejar morir nuestra economía, ya maltrecha antes de la pandemia, ante el cual resolvimos, pues esto es responsabilidad de la autoridad federal, que sigue pensando que acertó y que los 50 mil muertos son anecdóticos, de las autoridades locales que han actuado de manera dispar y de la sociedad, una parte de la cual sigue pensando que todo esto de los cientos de miles de infectados y los muertos son otro de nuestros ya célebres mitos geniales.
Un nuevo dilema, de los muchos que nos plantea la emergencia sanitaria y las crisis derivadas, es de qué hacer con la educación, pues lo cierto es que no estamos en condiciones de pensar que es prudente devolver a los estudiantes a los salones, aunque el pensar en que se prolongará eso de las clases a distancia tiene sus muchos inconvenientes, de carácter educativo, económico y hasta de salud mental, como se ha advertido, sobre todo ahora en que el sistema de lecciones virtuales sigue siendo el resultado de soluciones improvisadas, con la salvedad de algunos casos.
Una vez que por orden de la SEP los escolares de los niveles preescolar, básico y secundario se quedarán en casa y hasta que los semáforos epidemiológicos respectivos estén en color verde, se anuncia que algunos bachilleratos y algunas universidades piensan en que los alumnos ya deben regresar a las aulas, en algunos casos con un sistema mixto para impartir las clases, algunas de manera virtual y otras con la presencia de ‘grupos reducidos’ de alumnos.
Se argumenta que se trata de evitar la deserción escolar y esta posición tiene ya el aval del IEA, mientras que de otra dependencia estatal, la Secretaría de Salud, se advierte que, aunque no se diga con todas sus letras, esa decisión linda con la irresponsabilidad pues devolver a los chamacos y jóvenes a sus planteles no hará sino multiplicar los contagios, lo que, dependencias aparte, podemos ver ya en algunos lugares de Europa donde los salones reabiertos han sido fuentes de contagios.
El razonamiento que parece más adecuado es el de mantener a los escolares en casa y perfeccionar el sistema de aprendizaje a distancia, aunque el dilema ya está planteado y parece que ya sólo nos queda esperar a que pasadas algunas semanas de que se reanuden las clases presenciales en bachilleratos y universidades –la UAA ya se desmarcó y seguirá ofreciendo lecciones por la Internet-, para ver hasta qué punto fue grave, respecto a la pandemia, la decisión del IEA y de los que decidieron reabrir sus instalaciones.