Luego de defender a López-Gatell con vehemencia toda la semana anterior, el sábado el presidente AMLO se plantó en medio de uno de los patios del Palacio Nacional y dijo lamentar en lo más hondo la muerte de más de 50 mil mexicanos fallecidos tanto por la pandemia, como por la manera negligente en que se ha enfrentado la crisis sanitaria, que primero negó, luego minimizó, después dijo que le iba ‘como anillo al dedo’, para rematar con las reiteradas afirmaciones del tipo ‘ya se domó’, ‘ya se aplanó la curva’, ‘ya vamos saliendo’ y etcétera.
Aquí es donde es menester hablar de un personaje que le resultará desconocido a muchos, que es un ingeniero libanés, se llama Hassan Diab y era hasta ayer el primer ministro de Líbano, pues ayer, tras las protestas del fin de semana y la renuncia previa de tres de sus ministros, presentó su renuncia al cargo que ocupaba desde enero, como consecuencia de las explosiones de hace una semana, que hasta ayer habían dejado un saldo de unos 200 muertos y unos 6 mil heridos, además de millonarias pérdidas materiales.
Aquí es donde se reconocen las bondades de los regímenes parlamentarios, donde un presidente es el Jefe de Estado y el jefe de la formación parlamentaria más votada es el Jefe del Ejecutivo, figuras que en nuestro país recaen en una sola cabeza, la del Presidente de la República que hoy busca, al contrario de aquellas formas de Gobierno, concentrar en su persona todo el poder posible, a costa del Legislativo y del Poder Judicial.
Sobre los hechos, por espectaculares, sabemos un poco más: alguien almacenaba en el puerto de Beirut casi tres mil toneladas de una sustancia explosiva, el nitrato de amonio, que de alguna manera explotaron y causaron la matanza de la que se informó durante la semana pasada y cuyas imágenes recorrieron el mundo.
Es obvio que el señor Diab no acumuló esos químicos, ni encendió la mecha para que estallaran, pero en su calidad de premier libanés sabe que esos hechos, que revelan una de las muchas formas de la negligencia, son responsabilidad de quien asume la primera magistratura de un país y que en casos como estos, como pasa en los países bajo esta forma de Gobierno, lo que procede es la renuncia y someter la confianza en su mandato al Parlamento y luego a las urnas.
Algo así buscaban los que buscaban, en tiempo pasado al parecer, un cambio de régimen, entre otros Porfirio Muñoz Ledo, buscando acotar más la figura del mandatario, más equilibrios a su poder y más facultades al Congreso y a la Suprema Corte, aunque nuestro sistema transite en sentido contrario.
Lo demás es hacer una de esas comparaciones odiosas, pues hablamos de dos catástrofes lamentables, y remitir a los números no nos lleva a nada, aunque sí a consignar que aquí decenas de miles de muertos por la pandemia, la violencia y las ya mencionadas ‘muertes colaterales’, parecen no ser responsabilidad de nadie, no mueven a nadie a la protesta ciudadana –no a esas lamentables muestras como la del domingo- y se solventan con una muy sentida condolencia de un presidente, que tampoco hará nada para que la situación se revierta, sabiendo que con una escenificación como la del sábado le bastará ante una opinión pública adormilada.