El marido le dijo a su esposa: «No me gusta que estés viendo series en tu tablet mientras hacemos el amor». «¡Ah! —protestó ella con enojo—. ¡Entonces nada más tú quieres disfrutar!»… Pepito sacó 5 de calificación en el examen de Historia Nacional. Su abuelita lo reprendió maternalmente: «Cuando yo tenía tu edad siempre sacaba 10 en Historia». «Sí, abue —admitió Pepito—. Pero en tus tiempos habían pasado muy pocas cosas»… Don Cucoldo recibió una invitación de su amigo Pitorrango. Le pedía encontrarse con él esa noche en el bar Ahúnda. Se inquietó don Cucoldo, pues notó en su amigo un tono solemne, como de circunstancias. Se reunieron, pues, en el dicho antro, y después de tomarse cada uno un par de copas, o tres, o cuatro, don Cucoldo le preguntó por fin a Pitorrango: «¿Por qué me pediste que viniera aquí?». Con acento grave respondió el amigo: «Se trata de tu esposa». «¿De mi esposa? —se sobresaltó Cucoldo—. ¿Qué pasa con mi esposa?». Contestó Pitorrango, sombrío: «Sospecho que nos está engañando»… Una buena noticia entre tantas malas, peores y pésimas: el presidente López Obrador anunció que no habrá «gasolinazos», o sea aumentos en el precio de la gasolina. Tales aumentos afectan considerablemente no sólo a quienes usan el combustible, sino a todos por igual. Un cierto amigo mío es dueño de una compañía que da empleo a cerca de un millar de trabajadores de la construcción. Dice él que cuando se encarecen el pan, la leche, los huevos o la carne, y aun las tortillas, no sucede nada. Pero si hay una elevación en el precio de la gasolina o de los refrescos embotellados inmediatamente recibe una solicitud de aumento de salario por parte de sus operarios. Observación elemental es quizás ésta, pero aleccionadora. Por eso es de aplaudirse el anuncio hecho por AMLO, Esperemos que las circunstancias no lo obliguen pronto a desdecirse… Un agente viajero llegó a un pequeño pueblo de nombre Cuitlatzintli. Era ya jueves, y el forastero pensó en el fin de semana. Le preguntó a un lugareño: «¿Tienen aquí alguna actividad nocturna?». «Teníamos una —replicó el tipo—, pero se casó»… Don Prudencio y doña Cunegunda cumplieron 50 años de feliz matrimonio. El nieto mayor de la pareja le pidió a su abuelo que le diera el secreto de aquella felicidad doméstica, de la armonía y buen entendimiento que siempre habían reinado en su hogar. «Te lo voy a decir, hijo —contestó el señor—. Desde el primer día de casados dejé bien claro quién mandaría en la casa. Tomé por los hombros a tu abuela, la miré fijamente a los ojos y le dije en tono firme y decidido: «En esta casa tú vas a mandar»… Dos jóvenes ejecutivos de Wall Street iban por una calle de Nueva York cuando los abordó un astroso individuo. «Can you spare a dollar?» —les pidió. Uno de los yuppies sacó de su cartera un billete de 5 dólares y se lo dio al mendigo. Le dijo el otro: «¿Para qué le diste ese dinero? Bien sabes que se lo gastará en alcohol o drogas». Replicó el primero: «¿Y nosotros no?»… Don Gerontino, señor octogenario, acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna. Le dijo que últimamente se sentía algo cansado, y que no se explicaba la razón de esa fatiga que nunca antes había sentido. En el curso del interrogatorio clínico el médico se enteró con asombro de que su provecto paciente hacía el amor todas las noches. «Es que tengo varias amigas —explicó el añoso paciente—, y considero una descortesía no atenderlas debidamente». «Señor —le dijo el facultativo—, a su edad debe usted tener cuidado en el renglón del sexo». «Lo tengo —aseguró don Gerontino—. En el hotel siempre doy un nombre falso»… FIN.
MIRADOR
«Tiene mirada de lince».
Así se dice de los que ven muy bien, sobre todo de lejos.
Sin embargo yo supe de un lince que no tenía mirada de lince. Por el contrario: era miope, cegatón. Para ver tenía que estirar el cuello y entrecerrar los ojos.
Los demás linces no lo veían bien, pues su cortedad de vista atentaba contra la buena fama de la especie. Lo apartaron entonces del grupo para que nadie viera que no veía.
Siento lástima por el lince que no tiene mirada de lince. Si pudiera lo llevaría con un oftalmólogo a fin de que le practicara alguna intervención correctiva o le prescribiera anteojos. Así el lince tendría otra vez mirada de lince y no sería objeto de rechazo en su comunidad.
Pero tal tratamiento no es posible. Los linces no se avienen a consultar a un oftalmólogo. Todo mundo sabe que los linces ven muy bien. Así, el lince que no tiene mirada de lince va por el mundo dando tropezones.
A nadie le he contado esto. No quiero que los demás linces me vean con mirada de lince.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Crece la deuda pública…».
La nota está equivocada.
A mí en verdad me parece
que la deuda que más crece
es ahora la privada.