Nezahualcóyotl (México), 13 ago (EFE).- Amada lleva 35 años subsistiendo de recolectar y revender basura de un gigantesco vertedero de las afueras de la capital mexicana. Un arduo trabajo que ahora hace con guantes y cubrebocas, lo que ha evitado hasta el momento que haya contagios de COVID-19 entre sus compañeros.
Con cerca de 30 hectáreas y un centenar de toneladas de basura al día, Neza III es la tercera prolongación del tiradero al aire libre de Nezahualcóyotl, municipio de los suburbios de Ciudad de México, que acoge los desechos de 1,2 millones de personas.
Entre las colinas de desperdicios no hay residuos hospitalarios, pero el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 puede estar entre los restos de comida, plástico, ropa, muebles y objetos varios que los pepenadores (recolectores de basura) exploran sin descanso.
RASTREAR PESE A LA PANDEMIA
El coronavirus no ha roto la rutina de Amada Odilón, quien a sus 49 años acude a diario a este basurero a espaldas del aeropuerto capitalino para recoger plásticos y cartones que revende por 100 pesos (unos 4,5 dólares) o incluso 200 (9 dólares) en los días en que la suerte le sonríe.
Eso sí, a la gorra, capucha y sombrero de paja que siempre lleva para protegerse del sol justiciero, ahora le añade el obligado tapabocas para evitar que el virus le juegue una mala pasada, aunque el sofoco sea insoportable.
«Es demasiado cansado, es muy agotador. Ahorita con el cubrebocas uno suda y sube todo el vapor. Estamos como sardinas aquí sudando», cuenta a Efe con una risa de resignación.
Desde que llegó el virus al país, que roza los 500.000 contagios y los 55.000 fallecidos, se lava «constantemente» las manos y no teme infectarse, pues procura mantener la «sana distancia» con sus compañeros.
El sacrificio parece que ha dado resultado, puesto que según las autoridades no se han detectado contagios entre los 250 pepenadores que entran cada día al basurero para realizar un trabajo que la mayoría hace por herencia de sus familias.
UN TRABAJO FAMILIAR
Amada conoció el vertedero de pequeña, cuando le gustaba acompañar a su tía pepenadora para recoger juguetes. «Me gustó y ya no me fui de aquí», cuenta risueña esta mujer, cuyos dos hijos estudian y no les interesa el basurero.
«Es una herencia que ha existido desde hace muchos años. Aquí fueron sus abuelos o papás y son hijos o nietos de la gente que llegó, y no son parte de la administración», cuenta a Efe Jaime Ruiz, responsable de la recolección de desechos de Nezahualcóyotl.
Poco a poco van llegando los camiones del ayuntamiento que abocan las cosas que la sociedad no quiere y que ansían los pepenadores.
A raíz del cierre de las escuelas y de oficinas, los residuos que llegan a Neza III han bajado de 120 toneladas diarias a cerca de 80 toneladas. Es decir, menos ingresos para los recolectores.
Empujados por la necesidad, muchos se arremolinan alrededor de los camiones y no mantienen la distancia entre los demás, puesto que la regla no escrita es que el primero que toca algo se lo queda.
De todas formas, el uso de tapabocas y guantes es generalizado, puesto que así lo obliga el ayuntamiento, que también ha dividido los horarios de llegada de camiones y ha instalado surtidores con desinfectante en los vehículos.
«Tratamos de comentar con los compañeros que es importante que traten lo menos posible de andar en la calle o estar en reuniones con el menor grupo de gente», comenta Ruiz, quien sostiene que la «colaboración» de los recolectores ha sido vital.
NO HAY EXCUSAS QUE VALGAN
Desde una destartalada cabaña de madera y con la analítica mirada propia de sus 84 años de vida, Román Sierra observa minuciosamente el trabajo de sus compañeros.
Es el líder de una de las seis organizaciones de pepenadores que trabajan en el vertedero bajo una estricta lealtad y respeto hacia las zonas que corresponden a cada grupo.
Algunos rastrean las áreas más próximas a la puerta, mientras que otros se desplazan en moto a las zonas más alejadas del basurero, uno de los pocos de México que divide los residuos orgánicos de los inorgánicos.
«Aquí no hay discusiones ni pleitos, al pleito que veo los saco para afuera», comenta con voz rasgada don Román, quien no permite a sus 40 pepenadores que beban ni fumen al lugar para prevenir incendios.
Sostenido gracias a un bastón, recuerda cuando con sus propias manos cargaba la basura en carretas, que luego fueron sustituidas por caballos y posteriormente por motocicletas.
Ahora con la pandemia, ha llegado un nuevo cambio pero mantiene la disciplina que le hizo crecer en el duro mundo de los pepenadores: «Todos aquí llevan tapabocas. Aquí no hay excusas de que ‘no lo traje o se me olvidó’. Si no lo traes, no trabajas. Así es», sentencia.