Bogotá, 16 ago (EFE).- Mercedes Barcha, fallecida este sábado en Ciudad de México, fue una mujer esencial en la vida y en la obra del nobel colombiano Gabriel García Márquez, con quien estuvo casada 56 años, hasta la muerte del escritor en 2014, una relación que trascendió al plano literario.
«Para Mercedes, por supuesto», dice la dedicatoria del escritor a a su esposa en «El amor en los tiempos del cólera», que para algunos es la mejor novela del autor colombiano, al mismo nivel de «Cien años de soledad», su obra cumbre.
Mercedes Barcha Pardo nació el 6 de noviembre de 1932 en Magangué, un tórrido pueblo del departamento de Bolívar, a orillas del río Magdalena, y se conocieron en 1941 un baile de estudiantes en Sucre, otro pueblo caribeño, del departamento de Sucre, adonde las dos familias habían llegado años antes.
«Por aquellos días de buena fortuna me encontré por casualidad con Mercedes Barcha, la hija del boticario de Sucre a la que le había propuesto matrimonio desde sus trece años. Y al contrario de las otras veces, me aceptó por fin una invitación para bailar el domingo siguiente en el hotel del Prado», recuerda el nobel en su libro de memorias «Vivir para contarla».
HISTORIA DE AMOR EXCEPCIONAL
La suya no fue una historia de amor cualquiera no solo porque desde el inicio el joven Gabriel García Márquez tuvo el arrojo de proponerle matrimonio siendo ella una adolescente, sino porque Mercedes convirtió en la más devota admiradora del joven escritor y en fuente de su inspiración.
«Incondicional y silenciosa, ella se mantuvo siempre al lado del escritor, viviendo con él todas las aventuras del oficio literario», recuerda la Fundación Gabo.
El hijo del telegrafista de Aracataca y la hija del boticario de Sucre se casaron el 21 de marzo de 1958 en Barranquilla, «cuatro años después de haberse prometido en matrimonio y trece después haber estado atizando un noviazgo a fuego lento, sin prisas y sin pausas», según cuenta el escritor Dasso Saldívar en «Viaje a la semilla», la biografía de García Márquez.
«El ‘cocodrilo sagrado’, como solía llamarla cariñosamente Gabo, fue indispensable para el desarrollo de la carrera literaria de su esposo, en especial para la escritura de Cien años de soledad (novela en la que Mercedes aparece con nombre propio). Siempre que le preguntaban por ella, García Márquez no dudaba en decir que se trataba del personaje más sorprendente que había conocido jamás», señaló la Fundación Gabo.
ENTRE LA FICCIÓN Y LA REALIDAD
Pero así como Mercedes aparece en «Cien años de soledad» como «la sigilosa novia de Gabriel», «la boticaria silenciosa» o la «mujer de cuello esbelto y ojos adormecidos», también figura en «El olor de la guayaba», donde el escritor se refiere en varias ocasiones a ella en la conversación con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza.
«Ningún personaje de mis novelas se parece a Mercedes. Las dos veces que aparece en ‘Cien años de soledad’ es ella misma, con su nombre propio y su identidad de boticaria, y lo mismo ocurre las dos veces en que interviene en la ‘Crónica de una muerte anunciada'», señala el nobel en ese libro.
Pero más allá de lo que Mercedes representó para García Márquez en su papel de esposa y madre de sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, su contribución a la obra del nobel fue fundamental, como ancla de la familia en los difíciles años en que el escritor se encerró en su casa en Ciudad de México a escribir «Cien años de soledad».
«Sin Mercedes no habría llegado a escribir el libro. Ella se hizo cargo de la situación. Yo había comprado meses atrás un automóvil. Lo empeñé y le di a ella la plata calculando que nos alcanzaría para vivir unos seis meses. Pero yo duré año y medio escribiendo el libro. Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada», relata Gabo en «El olor de la guayaba».
Y añade: «Logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne, el panadero el pan y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagarle el alquiler. Se ocupó de todo sin que yo lo supiera: inclusive de traerme cada cierto tiempo quinientas hojas de papel. Nunca faltaron aquellas quinientas hojas. Fue ella la que, una vez terminado el libro, puso el manuscrito en el correo para enviárselo a la Editorial Sudamericana».
El envío de la novela de Ciudad de México a Buenos Aires a finales de los años 60 es una anécdota digna del universo macondiano que Gabo relataba con desparpajo, especialmente para referirse al momento en que Mercedes decide empeñar lo último que podía de la casa para completar el dinero necesario para pagar el correo, tras lo cual le advirtió: «Ahora lo único que falta es que esta novela sea mala».
TODA UNA VIDA JUNTOS
Después vinieron el éxito y la consagración, que la pareja disfrutó tanto en su casa de Ciudad de México como en sus viajes por el mundo, como el de aquel 30 de mayo de 2007 cuando fueron aclamados en el regreso del nobel en tren a su natal Aracataca con motivo de la celebración de los cuarenta años de publicación de «Cien años de soledad».
Tras la muerte de García Márquez, el 17 de abril de 2014, Mercedes y sus hijos se dedicaron a la preservación de su legado, principalmente mediante su participación en la Fundación Gabo, con sede en Cartagena de Indias y de cuya junta directiva hacen parte.
«Creo que el secreto está en que hemos seguido entendiendo las cosas como las entendíamos antes de casarnos. Es decir, que el matrimonio, como la vida entera, es algo terriblemente difícil que hay que volver a empezar desde el principio todos los días, y todos los días de nuestra vida. El esfuerzo es constante, e inclusive agotador muchas veces, pero vale la pena», así resumió Gabo esa relación en 1982, meses antes de celebrar las bodas de plata.