Al presidente AMLO, quien por cierto hoy estará por estas tierras, donde tampoco es que levante mucho entusiasmo, le gusta mucho jurar obedecer y hacer obedecer la ley, pues hasta en dos ocasiones realizó el juramento protocolario para la llegada a la Presidencia, la primera de ellas en el 2016 en que se autoproclamó ‘presidente legítimo’ y recién hace poco de menos de dos años, donde fue, efectivamente, investido con la primera Magistratura de nuestro país.
Pero prometer, y hasta jurar visto lo visto, no compromete, hay que ver las muchas maneras que desde su llegada al poder se ha saltado la legalidad cuando ésta estorba a sus fines y se ubica, según su visión, por debajo de su impoluta pureza, lo que ha quedado en evidencia ahora que estamos apenas comenzando la función de ese circo que es el caso Lozoya, si es que tal cosa existe para efectos judiciales.
Pasando por la Magistratura en su conjunto, la independencia de su Fiscalía, los juristas ya han señalado la larga lista de mandatos legales que está haciendo estallar por los aires, ahora que llevó a su terreno las confesiones de esa alma pura y buena que resultó, tras su absolución pública, el ex-director de Pemex, entre otras la del debido proceso, el secreto judicial, la presunción de inocencia y muchas más, pues ahora cualquiera que entienda lo mínimo del derecho vigente, que es un decir, sabe que este asunto puede que no llegue a ser judicializado pero ya está donde lo quería, en el terreno de la política.
Marshall McLuhan, el erudito canadiense que profetizó la llegada de la Internet y la manera en que un mundo interconectado se convertiría en una ‘aldea tribal’, ya caracterizaba estos líderes de esta nueva sociedad reunida en tribus, donde el dirigente hace las veces del antiguo jefe del clan que le atribuye infalibilidad, que antes y por obra del Concilio Vaticano I era sólo un atributo papal, y que le trasladaba no sólo la responsabilidad de mandar, sino de pensar por sus miembros, generando adhesiones como las que tiene entre los suyos nuestro mandatario.
La historia atribuye a Juvenal aquello de ‘pan y circo’ (panem et circenses en buen latín), que en su día fue trasladado a la España pre republicana en su manera más cercana de ‘pan y toros’, para recordar cómo todos los abusos de los emperadores romanos fueron tolerados gracias a esa costumbre de repartir trigo de manera gratuita a los ciudadanos de Roma, a los que por otra parte se les entretenía con aquellos abyectos espectáculos sanguinarios, que es el origen del renacido populismo, inaugurado por Julio César y vigente hasta el siglo II de nuestra era por Aureliano.
Sobre el circo en curso, vaya regalo divino que recibió el presidente con la decisión de Emilio Lozoya de delatar a quien le pidan que delate para salvar el pellejo propio y el de su familia, pues he allí munición para las elecciones del año entrante y, dicen algunos, cuando ya hay 16 altos personajes del ‘pasado corrupto’ en picota, hasta el fin de su mandato, aunque habrá que advertir que el circo solo no basta y parece que al régimen, cuyos errores no dejaron de existir por mucho lodo que el ex-director de Pemex quiera repartir por encargo, no tiene ya harina suficiente para seguir repartiendo ni trigo, ni pan.