Pirulina, muchacha sabidora, le hizo una sugestiva invitación a Candidito, joven de acrisolada castidad. El púdico mancebo preguntó, dudoso: «Si hacemos eso que me pides ¿me seguirás queriendo?». «Sí -prometió Pirulina-. Claro, si lo haces bien». Con todo respeto -así dice López Obrador antes de joder a alguien-, pienso que la Academia incurre en omisión cuando dice solamente que la palabra «castaña» sirve en México para designar a un barril pequeño. Le ha faltado recoger otra acepción del término que sí registra Santamaría en su copioso «Diccionario de mejicanismos». El ilustre lexicógrafo tabasqueño escribe que en Coahuila castaña es «un baúl pequeño, a veces ovalado». Valido de mi calidad de coahuilense me permito corregir, también respetuosamente, a don Francisco. Entre nosotros la castaña es -fue- un baúl por lo general grande, y no oval, sino de lados rectos y con la tapa curva, en la forma del fruto del castaño, de ahí el nombre de ese mueble de nuestras madres y nuestras abuelas. En él guardaban su vestido de novia, las ropas que lucirían en las grandes ocasiones, las sábanas finas, las fundas tejidas de las almohadas, las telas con las que confeccionarían sus blusas y sus faldas en la máquina Singer de pedal. Solían aquellas señoras tan señoras poner en la castaña membrillos o manzanas, ramitos de espliego o de lavanda, flores de yerbanís, de modo que todo lo que había en el baúl quedaba perfumado con los aromas de aquellas hierbas o frutos. Aún recuerdo el regalo olfativo que gocé de niño cuando mi abuela Liberata abría su castaña para sacar de ella las cobijas del invierno. Esas memorias vienen a la mía a propósito del fruto del castaño, la castaña, cuya forma -lo dije- adoptaban aquellos baúles del ayer y antier. Las castañas se comen generalmente asadas, así que se ponen al fuego, exponiendo a quien las saca a quemarse con la lumbre. De ahí viene una expresión que en estos tiempos de lenguaje estandarizado ya no se oye: «Sacar las castañas con la mano del gato». Eso significa hacer que otro asuma el riesgo que uno debe asumir. Es lo que hace el secretario de Hacienda cuando pide a los gobernadores inconformes con la errática política fiscal de la 4T que el dinero que deben recibir de la Federación, y que ésta les niega, lo saquen del bolsillo de sus gobernados reviviendo tributos ya extinguidos, elevando la tasa del impuesto predial o creando nuevos gravámenes. Eso, a más de vulnerar el Pacto Federal, expone a los gobernantes a la irritación de la ciudadanía y coloca a los partidos opositores en desventaja frente a Morena, cuyos alcaldes y gobernadores sí son favorecidos por la administración central. Se explica entonces la tensión que existe entre un numeroso grupo de gobernadores y López Obrador, situación que nada bueno puede acarrear a la República. Las becas a las ninis y otras dádivas electorales, lo mismo que las obras faraónicas de AMLO, hacen que escasee el dinero en las arcas de la Federación. Cualquiera diría que las finanzas nacionales también están enfermas de coronavirus. A ver si el Presidente no pone la Secretaría de Hacienda en manos de López-Gatell. En el bar Ahúnda había un juego de dardos. Ante doña Macalota, su mujer, don Chinguetas quiso mostrar su puntería, y tiró al blanco tres dardos. Con el primero quebró el espejo del local, con el segundo rompió varias copas y el tercero lo clavó en la nalga (izquierda) del cantinero. Un borrachito vio aquello y le preguntó a doña Macalota: «Perdone la indiscreción, señora. ¿Con usted tiene la misma puntería?». FIN.
MIRADOR
Estas ciruelas llevan lindo nombre. Se llaman «Santa Rosa».
Tienen la sabrosura que deben haber tenido los frutos del paraíso terrenal. Comes una y eso te endulza la vida a lo menos dos semanas. Pones otra en un canastillo sobre la mesa del comedor, y tu casa y las dos vecinas quedan aromadas durante días.
Este año tuvimos muy pocas ciruelas. «Apenas para el gasto» -dice don Abundio. Y es que sufrimos una amable plaga. Los venados llegaban a la huerta a la hora del amanecer, o a la caída de la tarde, y daban buena cuenta de los ricos frutos. Una madrugada conté ocho ciervos disfrutando el ágape. Se alzaban sobre las patas traseras para alcanzar las ciruelas de las ramas altas.
Yo tengo dada la orden de que no ahuyenten a esos golosos visitantes. Los bienes que da el Señor han de ser para todas sus criaturas. La visión de los gráciles animales, la elegancia de su andar una vez acabado aquel banquete, los airosos saltos con que escapan al sentir nuestra presencia; todo eso compensa con creces la pérdida que tanto desespera al encargado de la huerta.
Cómanse los venados todas las ciruelas. Déjenme solamente dos, una para gozo del cuerpo, otra para aroma del alma.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…Se subió AMLO al avión presidencial…»
Después de tantos excesos
con el avión, pienso yo,
esa subida costó
muchos millones de pesos.