El presidente Andrés Manuel López Obrador está haciendo todo lo posible para que la conversación nacional se aleje del video donde su hermano Pío recibe bolsas con fajos de dinero para el movimiento de quien en el momento de la grabación, era el líder de la izquierda social que aspiraba por tercera vez llegar a Palacio Nacional. No ha podido pese a la amplia variedad de temas que ha querido imponer en la agenda política, porque el video demostró que no es nada diferente a quienes ataca todos los días, ni es tan puro como pregona, ni tiene las manos limpias de dinero de orígenes desconocidos. Tampoco hay que extrañarse. El hijo de un sistema político podrido y decadente, que se valió de él para crecer y empoderarse, ¿por qué tendría que ser distinto?
López Obrador dice que es un revolucionario, y que las revoluciones se financian de todos lados. Es cierto, suelen financiarlas gobiernos interesados en desestabilizar a otros, o las altas clases y las oligarquías, a las que les afectaron sus intereses o que rompieron sus viejas alianzas de poder. Pero López Obrador no es un revolucionario en ese sentido. Llegó a la Presidencia bajo las mismas reglas de sus antecesores, aunque a diferencia de ellos, prohijado, financiado y legalmente protegido por los gobiernos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
Durante el Gobierno de Salinas, el entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho, financió sus marchas y a billetazos negociaba con él la liberación del Zócalo, ocupada por tabasqueños que llevaba a la Ciudad de México desde La Chontalpa; el de Zedillo actuó para que el PRI, por la vía legal, no le impidiera ser candidato al gobierno capitalino por incumplir con los requisitos. De no haber sido por ellos dos, López Obrador no hubiera pintado en el escenario nacional. Selectivo en la memoria que proyecta a los mexicanos, son cosas de las que es mejor no mencionarlas. Como el video de Pío.
Se sabe de dónde salió. David León, ex-coordinador nacional de Protección Civil, que entregó un millón de pesos a Pío, lo grabó. En este espacio se publicó ayer que grabar a sus interlocutores políticos y empresariales, era un modus operandi de Manuel Velasco, gobernador de Chiapas, en el tiempo en que fue grabado el video por quien en ese entonces también era su asesor, pero el hoy senador negó en una carta que envió a este espacio para negar que así operara. “Es completamente falso que yo haya ordenado videograbar a personas, ni sabía de la existencia de los videos difundidos la semana pasada”, afirmó.
Previamente, en una conversación telefónica tarde el lunes, insistió en que “no tenía conocimiento de nada, y menos que la entregué a alguien del anterior Gobierno. Yo soy el más afectado de este video. No sé qué pasó. Me he esmerado en tener una relación de confianza con (López Obrador y voté contra el desafuero en 2005”. La relación de Velasco con el Presidente viene, efectivamente, de tiempo atrás. López Obrador conoció a su abuelo, y éste a los padres del tabasqueño. Como aseguró en la plática, no necesitaba utilizar recursos como los que aparecen en el video, para establecer comunicación con él. Lo que hizo León en su momento, fue responsabilidad de él, que “tiene una trayectoria propia”. El deslinde con su ex-colaborador es total, con la intención quizás que en una eventual investigación de la Fiscalía General por el presunto delito electoral por financiar campañas, él no sea incluido.
Velasco aparece como el tercero más afectado, después de León y Pío López Obrador. La pregunta central, y que él mismo la formuló en la plática por teléfono, es quién gana con la difusión del video. Hasta ahora, lo único que está claro es quién no gana, sobre todo la cuarta víctima, el Presidente. Su hermano, su ex-colaborador y Velasco fueron instrumentos de una batalla donde los adversarios de López Obrador comenzaron a responder.
Si apenas se mostraron partes de un arsenal probablemente construido por años contra López Obrador, ¿de qué tamaño es o son los enemigos invisibles que respondieron por primera vez en lo que va del sexenio los hostigamientos y ataques del Presidente? Para dañar a León, como se sugirió en la columna del martes, no era necesario recurrir al video donde comprometen a Pío. Pero si escogieron esa grabación, el objetivo verdadero era su hermano: el Presidente.
Fue un misil que le abrió un hoyo en su grueso blindaje, y enseñaron que quien ha hecho de la honestidad su mayor activo y la presume como la autoridad moral para decir todo lo que piensa, aunque mienta o carezca de pruebas cuando ataca, tiene la piel hecha con el mismo material que la del resto de la clase política, lo que le resta credibilidad con unos, o lo proyecta como hipócrita con otros.
López Obrador acusó el golpe. El viernes advirtió, en fuga hacia delante, que iría contra todos a los que considera sus adversarios. El lunes revivió con fuerza la posibilidad del enjuiciamiento de los ex-presidentes por mandato de una consulta ciudadana. Una vez más, López Obrador está usando la ofensiva como mejor defensa. Quienes tienen capacidad de fuego y tiene enfrente aunque no alcance a verlos, ya le mostraron los colmillos. Otros, que también puedan tener información delicada y comprometedora en su contra, y que por alguna razón no usaron en su momento, vieron que lo dañaron y le comenzó a salir la sangre. Quizás se sumen.
Esto no es un espectáculo. Lo que se avecina, por los términos como se planteó la lucha en los últimos días, será violento. No se trata de una revolución, por utilizar los términos del Presidente, sino una guerra civil. Ya vimos cómo empezó, pero no sabemos cómo terminará.