«¿Hacemos el amor, mi vida, o primero cenamos?». Al volver del trabajo el recién casado le hizo esa pregunta a su flamante mujercita. «Lo que tú quieras, cielo —respondió ella—. Pero después cenamos»… El candidato subió a un cajón en la plaza del pueblo y dirigió un discurso a quienes estaban ahí. A los 3 minutos la mitad de los presentes se retiraron, A los 5 se fueron los demás, y sólo quedó un sujeto que oyó al candidato durante la media hora que duró su perorata. «Gracias, amigo —le tendió la mano el político—. Veo que es usted un buen ciudadano que me escuchó hasta el final, no como como esos irresponsables que no oyeron mis palabras, de tanta importancia para el pueblo, la nación y el mundo». «Lo que pasa, señor —aclaró el buen ciudadano—, es que el cajón es mío, y estaba esperando que lo desocupara»… La señorita Peripalda se confesó con don Arsilio: «Acúsome, padre, de que por la noche me asaltan malos pensamientos». «Reza mucho, hija mía» —le aconsejó el sacerdote. Replicó sobresaltada la piadosa catequista: «¿Y luego si ya no me asaltan?»… Una cosa me atrevo a vaticinar sin ser profeta: dentro de poco el coronavirus nos va a valer madre. Quiero decir que, hartos del encierro y de los muchos y variados inconvenientes que ha traído consigo la pandemia, echaremos a rodar todas las precauciones; nos olvidaremos del confinamiento, del cubrebocas y de la sana distancia y volveremos a nuestra vida cotidiana, a nuestras cosas diarias, a hacer lo que hacíamos siempre, y no pensaremos que la amenaza sigue ahí. Como dice la canción, nos sentiremos superiores a cualquiera. El deseo de vivir prevalecerá sobre el miedo a la enfermedad y la muerte, y otra vez iremos al restorán con la familia, al café con los amigos, a la reunión con los compadres, al centro comercial, a la fiesta de 15 años, al bautizo o la boda. (También, posiblemente, regresaremos al trabajo). Pese a todos los avisos y advertencias saldremos del encierro y haremos como que ya no existe el riesgo. Lo malo es que el peligro ahí estará, y ahí seguirá estando mientras no llegue la vacuna salvadora, que ciertamente tardará en llegar a México, según andan por aquí las cosas. No servirá de nada que la prudencia y el instinto de la conservación nos exhorten a prolongar la cuarentena un poco más. Muy a la mexicana diremos como el dicho: «¡A mí ningún buey me brama, y menos en mi ranchito!». Cansados del cautiverio nos echaremos a la calle, aunque la curva ya aplanada nos aplane. Jugaremos nuestra vida —y nuestra muerte— en un albur. «Así somos», diremos para explicar nuestra conducta. Y es verdad: así somos. Y así seguiremos siendo hasta que… Tu sombría predicción, inane pendolista, nos ha causado un estremecimiento en el píloro que sólo podrá aliviarse con el relato de alguna historietilla final. Nárrala y luego haz mutis como en las comedias de antes… Guapa, muy guapa era la vecina. Tenía un bello rostro con ojos de esos que al mirar te dicen: «Estás perdido; ríndete». Su cuerpo escultural habría podido detener el tránsito en la Quinta Avenida de Nueva York. Babalucas observó que la hermosa mujer no lo veía con indiferencia, de modo que una noche llamó a su puerta. Abrió Taisia (así se llamaba la señora). Vestía sólo un vaporoso negligé que dejaba ver todos sus encantos. «Pasa —le dijo con invitadora voz al visitante—. Mi marido salió de viaje. Estoy sola y poseída por ardientes ansias amorosas. Voy a servir un par de copas, a preparar la cama con sábanas de seda negra, a encender en la alcoba velas aromadas y a poner en el estéreo música romántica». Dijo Babalucas: «Entonces después vengo. Veo que ahora estás muy ocupada»… FIN.
MIRADOR
El muchachillo duda.
Recuerda lo que le ha dicho su papá: si fuma no crecerá; se quedará bajo de estatura y no será alto como él.
Pero sus amigos lo retan:
— Anda, fuma. ¿Qué no eres hombre?
Fuma, entonces.
Y sigue fumando a lo largo de los años.
Pasa el tiempo.
Ahora es el hombre el que duda.
Recuerda lo que ha oído acerca de los muchos daños que el tabaco causa, con peligros que pueden llegar hasta la muerte.
Pero sus amigos lo retan:
— Anda, deja de fumar. ¿Qué no eres hombre?
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Continuará el cierre de los bares por el coronavirus…».
En las colonias y el centro
prohíben abrir cantinas.
¡Qué desmadre! ¿Te imaginas
los que se quedaron dentro?