Atendiendo el llamado del jefe de la tribu grupos de MORENA, instalan ya mesas en las ciudades mexicanas, incluida Aguascalientes, para reunir firmas para el pretendido juicio contra los ex-presidentes, sin que se sepa cuál es el delito a perseguir, que para dejar de usar eufemismos es la convocatoria para el linchamiento público de tres de los seis ex-presidentes mexicanos vivos, a saber: Carlos Salinas, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Para muchos se trata de una nueva huida hacia adelante de AMLO, quien sacó el tema a colación cuando su imagen de honestidad quedó dañada y comprometida por el video de su hermano Pío recibiendo dinero, y para todos los entendidos la instalación de un tribunal popular, la muestra de su desprecio para la justicia mexicana y una de las peores aberraciones jurídicas de los últimos años, pero para el mandatario y los suyos un balón de oxígeno que le ha ganado puntos de aceptación, según las encuestas realizadas tras ese pobre ejercicio de demagogia que fue su presunto segundo informe.
Pero como de las fobias y obsesiones contra Salinas y Calderón, principalmente, se ocupan ya muchos analistas, hablemos de los tres ex-presidentes a los que el juez y jurado de su Corte popular ya concedió indulto anticipado, Vicente Fox, Ernesto Zedillo y Luis Echeverría.
Sobre Vicente Fox, a quien en su día AMLO culpó de orquestar el presunto fraude electoral en el 2006, año en que fue derrotado por Felipe Calderón, se dice que su exculpación anticipada tiene que ver con que el mandatario le manda así el mensaje de su profundo desprecio, amén de que si su figura pasó de ser el símbolo de la transición no pesan sobre él, aunque sí sobre su parentela política, graves cargos de corrupción, aunque parece que en Palacio se contentan en dejarlo languidecer en esa máscara de triste bufón que él mismo se ha colocado.
Interesante resulta la figura de Ernesto Zedillo, quien tras el magnicidio de Lomas Taurinas y en plan de emergente asumió un país golpeado, por primera vez en décadas, por la violencia política, tras lo cual se desató la gravísima crisis económica de 1995, misma que solventó con decisión e ingenio, además de la particular circunstancia de que fue él el último de los presidentes mexicanos, en muchos sexenios, que persiguió a su antecesor, en la figura de su hermano Raúl Salinas, quien pasó una larga década en la cárcel.
Mal comenzó el sexenio de Zedillo tras aquel ‘error de diciembre’, pero su capacidad de gestión, su perfil de servidor público más que de político, y hasta su carácter en su día calificado de gris, hicieron que al final de su sexenio su popularidad se mantuviera aceptable, de tal manera que se dijo que sería el único de los ex-mandatarios vivos que podría caminar por la calle sin ser increpado, tras lo cual se dedicó a asuntos privados, se alejó de la política y ayer mismo fue integrado en un panel de expertos independientes que, convocados por la OMS, analizarán la respuesta global ante la pandemia.
Como sea se le recuerda como un gestor eficiente, que en su día entendió que se le había elegido, con una amplísima mayoría, como jefe del Ejecutivo y no como dirigente de un PRI todavía monolítico, de tal manera que profundizó las reformas políticas que le permitieron, ante el aplauso colectivo, entregar la banda presidencial, por primera vez en 70 años, a un candidato opositor; su figura a la distancia contrasta con la del actual mandatario, pues allí donde hubo un apaga fuegos, hoy parece que hay un pirómano.
De Echeverría, a sus 98 años, poco se puede decir, pues su antigua impopularidad y los muchos yerros de su trágico sexenio han quedado olvidados, al paso de casi medio siglo, salvo que visto lo visto parece ser el modelo que inspira a AMLO en su intento de dinamitar nuestra democracia y las instituciones edificadas a lo largo de cuatro décadas y restaurar, con otro nombre, a aquel PRI imbatible y todopoderoso.