Llegamos hoy al Día Internacional de la Prevención del Suicidio, que se celebra el miércoles, con el recuerdo fresco de la jovencita de 13 años que se quitó la vida la semana pasada y el dato de que en lo que va de este año ya son nueve menores de edad que se suman a los otros 115 casos consumados de este penoso fenómeno, desde hace unos años muy presente como parte de nuestra realidad, y ante la expectativa de que los daños a la salud mental que está dejando la pandemia no haga sino que se superen las marcas previas, alcanzando un par de centenares de casos.
Seguimos sin entender, ni aquí ni en ninguna parte del mundo, los motivos que hacen que cualquiera adopte esa decisión radical y permanente, desafortunadamente como falsa solución a problemas que suelen ser temporales, de tal manera que se sabe que la única manera de intentar paliar las manifestaciones del fenómeno es justo con la prevención, pues aunque vamos conociendo el conteo de casos que se consuman, sabemos que desconocemos la de aquellos que lo intentan sin éxito y de alguna manera se persuaden para mantenerse entre los vivos, que sería lo deseable para todos los casos.
El registro citado incluye también la penosa marca que nos ubica como segundo lugar nacional en incidencia, con un caso que se consuma cada 48 horas, lo que nos habla de que algo en esta sociedad no funciona del todo bien para que entre nosotros sean más las personas que en un momento llevan al extremo de la consumación las ideas de quitarse la vida.
Como siempre serán los expertos los que pueden hablar qué condiciones del entorno y psicológicas son las que llevan a tantos a la fatal decisión, y justo por la opinión de ellos sabemos que las afecciones emocionales y una situación donde abundan las adicciones, la violencia o la disfuncionalidad familiar, entre otros, son los factores desencadenantes y a la vez las causas que han de atacarse para disminuir esa citada incidencia.
Como sea todo lo vino a empeorar la pandemia que sigue avanzando, pues se sabe que el confinamiento, los problemas económicos que trajo, la incertidumbre y otras causas han incidido negativamente en la salud mental colectiva, y que justo por las exigencias presupuestales que añade la propagación del COVID-19, y la carencia de atención y recursos federales a nuestra problemática, han provocado que allí a donde deberían destinarse más recursos se recorten esos recursos que permitirían mantener un sistema eficiente de atención a aquellos que se vean seducidos por la mera idea de que estarían mejor en el más allá, sea lo que sea ese lugar.
Es obvio que esta situación, que es un síntoma de lo que pasa a nivel social y por ende nos afecta a todos, merece una reflexión de fondo sobre lo que no está funcionando para que la gente mantenga la necesaria y elemental idea del amor por la vida y de que los problemas pueden tener solución, pero la muerte es irremediable, amén de sacrificar recursos para lo accesorio y destinarlos a este asunto que en todos sentidos es de los fundamentales.