En cosas del amor, Armando, no debe haber jactancias. El silencio ante los demás es el mejor regalo que puedes hacerle a quien como un regalo se te dio. Aquel que ama ha de ser expresivo con la persona amada y callado con el resto del mundo. El amor es para cantarse, no para contarse. Usaré dos ejemplos a fin de ilustrar lo que te digo. El uno pertenece al mester de picardía; el otro es de tipo culterano; espero que al decirlo no sonaré pedante. El ejemplo pícaro trata de un sujeto vano y presuntuoso que en una fiesta le dijo fanfarrón al señor que tenía al lado: «Ha de saber usted que he gozado a todas las mujeres que están aquí, menos a esas tres de allá, pues son mi prima, mi hermana y mi mamá». «¡Fantástico! -exclamó el señor-. ¡Entonces entre los dos las hemos gozado a todas!». Buena lección para un lenguaraz. Muchos hay de esa especie, por desgracia, hasta en los más altos círculos. El otro ejemplo que quiero relatarte, el culterano, es del siglo diecinueve, y alude a cierto jovenzuelo que en una tertulia de escritores contó que había obtenido un beso de cierta joven de buenas familias a quien los tertulianos conocían. Uno de ellos escribió al punto una galana décima para comentar la indiscreción del boquiflojo: «Dicha que es dicha no es dicha. / Dicha si fuese callada. / ¿No bastaba ser gozada / sino ser gozada y dicha? / Ah, qué tremenda desdicha / es la de los hombres sabios / que convierten en agravios / los favores, y es gran mengua / tenga desdichada lengua / quien tuvo dichosos labios». Me viene a la memoria un cierto amigo mío que tan pronto salía de la cama donde había estado con una mujer corría a hacerme la historia del evento, y acompañaba su narración con toda suerte de detalles sobre los gustos y habilidades de su pareja en turno. Me dio muy buenos tips el tonto aquél. Otro amigo tuve, en cambio, de gran éxito entre las señoras. Le pregunté la causa de su buenaventura, y me la dijo: «Es que saben que les guardaré el secreto». Sólo una, me dijo todavía asombrado, le pidió que difundiera el hecho de haber estado con ella. Le explicó: «Ya no soy una jovencita, y tampoco puedo decir que soy hermosa. Necesito algo de publicidad». Pienso de mí, sobrino, que no soy vanidoso. («A humilde nadie me gana», dijo alguno). Hoy abusaré de tu comprensión -y de tu compasión- y te contaré un hecho de mi juventud que recuerdo con agrado, a diferencia de otros que me resultan muy ingratos. Sucedió que en cierta casa de citas tuve trato con una chica de las que ahí prestaban sus servicios. En los 20 años andaría yo, y ella tendría quizá la misma edad. Siempre me enamoraba de la mujer con la que hacía el amor, aunque nunca la hubiera visto antes y aunque supiera que nunca la volvería ver. Con eso quiero decirte que jamás hice el sexo sin amor. Muchas veces ese amor duraba una hora, pero mientras duraba estaba transido de eternidad. Creo que la muchacha sintió eso, pues respondió a mis caricias como novia o esposa, no como prostituta. Fue una bella ocasión, sobrino, que evoco siempre con gratitud para aquella joven y para la vida. Yo era estudiante, no te diré que pobre, pero sí escaso de recursos. Ella seguramente se dio cuenta, pues le había invitado sólo una cerveza. Temía que luego no me alcanzara para lo demás. Cuando saqué la cartera para pagarle no aceptó el dinero. Me dijo: «Y cuando quieras otra vez aquí estaré». A pesar de los muchos años que he vivido sigo siendo estudiante, y en muchas formas escaso de recursos. Espero que cuando me vaya de este mundo la vida me diga: «Y cuando quieras otra vez aquí estaré». FIN.
MIRADOR
Baja del monte como enorme vaca que viniera a pacer en nuestro huerto.
La neblina. Se unta al paisaje igual que si quisiera borrarlo para siempre. En sus brazos desaparecen los seres y las cosas. Ya no son los pinos, ni el caballo, ni la gran piedra que señala el límite del rancho. Ya no es el mundo. En medio de la bruma todo es nada.
Viene la niebla a la casa, pero la detiene el ventanal. Aun así me aparto de la vidriera, no sea que la neblina entre por alguna rendija y me haga desaparecer también a mí.
Enciendo la luz de la habitación para alejarla, por más que es aún de día. La niebla no se va. Me acecha, silenciosa, tras el cristal opaco. Para no verla corro las cortinas.
Sé que ahí está. ¿Se irá algún día o quedará ya para siempre? Procuro sosegarme pensando que nada es para siempre. Casi todo es más bien para nunca.
Pero ya no estoy aquí. Estoy en la bruma.
Cuando la niebla se vaya volveré.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…La ceremonia del Grito se hará con el Zócalo vacío…»
No se cumple con el rito;
el acto será muy gris.
La verdad, todo el país
se encuentra ahora en un grito.