Veleria, la mujer del puerto, amaba el amor de los marineros, que besan y se van. Con tantos había tenido trato de colchón que el busto le subía y le bajaba siguiendo el ritmo de las mareas. Cierto día llegó al lugar un forastero que buscaba esposa, pero quería que no tuviera nada qué ver con el mar y la marinería. Veleria no llenaba el requisito. Le dijo al hombre, sin embargo, que le presentaría a su hermanita, inocente doncella que nada sabía de las cosas náuticas. Confiado en esa inexperiencia el fuereño desposó a la chica. Llegó la noche de las bodas. En la suite nupcial la novia se digirió al lecho y le preguntó a su flamante maridito: «¿Qué lado quieres de la cama, guapo? ¿El de babor o el de estribor?». Un majadero tipo no hizo la fila que habían formado los clientes en la tienda. Se adelantó a todos y pidió un bulto de croquetas para perro. Se volvió hacia la ancianita a quien le correspondía el turno y le dijo: «Espero que no se haya usted molestado porque me le adelanté». «De ninguna manera -respondió la anciana-. Entiendo que su mamacita ha de tener mucha hambre». Si yo fuera diputado -¡líbreme Dios de tan aciago sino!- propondría una iniciativa de ley a fin de hacer que todos los funcionarios de la República, del Presidente abajo, se sujeten al dar el Grito a una fórmula solemne, única e invariable, que no estaría sujeta a su voluntad o su capricho. Se evitarían así sucesos como el de aquel alcalde pueblerino que gritó vivas a los héroes de la Independencia, y al sentir el fervor con que la multitud coreaba aquellos vítores siguió con los personajes de la Revolución, y luego con los próceres locales, hasta que, agotado su catálogo de dignatarios, se volvió hacia el secretario de Ayuntamiento y le ordenó en tono perentorio: «¡Échame más, cabrón! ¡La raza está caliente!». Recuerdo a Echeverría, que dedicó un ¡viva! a los pueblos del Tercer Mundo mientras nos arrastraba al cuarto o quinto. Ahora López Obrador, conforme a su estilo personal de perorar, vitoreó a entes que en el planeta no se han visto nunca, y que probablemente nunca se verán, como la igualdad y la fraternidad universal. A propósito de la primera evoqué a un destacado revolucionario, el general Luis Gutiérrez Ortiz, patriarca, junto con don Eulalio, que fue Presidente de México, de una muy querida familia coahuilense. En cierta ocasión le preguntó a Luis Cabrera: «Oiga, señor licenciado: ¿qué es eso del comunismo?». Le explicó el abogado: «El comunismo, mi general, es una doctrina que piensa que todos los hombres son iguales»: ¡Uh! -replicó don Luis Gutiérrez, desdeñoso-. Yo fui pastor de cabras, y aprendí que no hay una que sea igual a otra, contimenos los humanos». Y ¿qué decir acerca de otro vítor de López Obrador, el del amor al prójimo? Aquí podemos recordar al farisaico tipo que manifestaba: «Amo a mi prójimo, pero me reservo el derecho de decir quién es mi prójimo y quién no». Se puede también traer a colación a aquel señor, cuya nacionalidad no pude averiguar, a quien su párroco le recordó la exhortación evangélica: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Exclamó con asombro el tal señor: «¿Tanto así, che pibe?». En fin, en su Grito puso López Obrador más palabras a disposición de los analistas para los fines a que haya lugar. Por mi parte diré que en vez de palabras seguimos esperando obras en bien de la seguridad, la salud y la economía nacional. Ojalá al decir tal cosa no falte yo al amor al prójimo y a la fraternidad universal. La superiora del convento se sintió resfriada y le comentó al jardinero: «Tengo el cuerpo cortado». El rudo individuo quiso tranquilizarla: «Son las pompas, reverenda madre». FIN.
MIRADOR
En mi casa -tu casa- no han pasado las fiestas septembrinas.
Pasarán cuando septiembre pase.
Sigue en su sitio la bandera grande que ponemos en la fachada junto a la puerta que da a la calle, y en su sitio siguen los rebozos coloridos con que mi esposa adorna los muebles de la sala, y la pequeña efigie de don Miguel Hidalgo con su estandarte de la Guadalupana, y el antiguo platón de barro verde con el águila porfirista de alas desplegadas, y el mapa escolar de la República con la leyenda en grandes letras que proclaman: «¡Ésta es mi Patria!».
Acabará septiembre -ya va a medio camino- y mi señora cambiará esa decoración por la de otoño, con calabazas, hojas de color ocre, flores anaranjadas y amarillas, espigas de trigo, arreglos hechos con mazorcas de maíz.
Después -¡cómo lo espero!- vendrá el decorado de la Navidad, que está ya la vuelta de la esquina.
Pero ahora es septiembre, y por encima de todas las políticas sigo sintiendo a México -lo siento todo el año-, y me sigo sintiendo profundamente mexicano, hombre que nunca saldrá de su país.
Por encima de todas las políticas.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…Terminó la rifa del avión…»
Si las cosas le van mal
-y así van, según se ve-
rifará la 4T
el Palacio Nacional.