Ayer, luego de un par de días de consultas y reuniones entre representantes de Palacio y de los once municipios, aunque especialmente el de esta capital, cuyas autoridades se negaron, hasta donde se conocía ayer por la tarde a prolongar la Ley Seca otra semana y mucho menos lo que resta del mes.
De nueva cuenta, tras transcurrir cinco de los siete días de la prohibición vigente hasta este fin de semana, el debate enfrenta dos posiciones que parecen pero que no son necesariamente opuestas, el criterio de que hay que evitar a toda costa la propagación del Covid-19 y el de los que sostienen que no hay que detener más la actividad económica y, en este caso, dejar que los propietarios de bares, cantinas, antros y negocios reglamentados puedan continuar con sus quehaceres.
No está de más recordar lo que está pasando del otro lado del Atlántico, donde varios países donde se registra la segunda oleada de la pandemia están reordenando los cierres de los negocios que son de alto riesgo de contagios o el extremo de Israel en el que se ordenó a la población confinarse de nuevo y a los negocios a bajar por segunda vez sus cortinas, pues se teme que con la llegada del invierno esta segunda oleada pueda ser más agresiva que la primera.
No estaremos en México, ni aquí, exentos de esa segunda oleada que se puede prolongar todo el invierno, y que será más complicada, pues coincidirá con la temporada de influenza y nos agarrará en la frágil situación en que nos pone una autoridad federal que sigue asumiendo, pese a los números, una actitud casi negacionista, y en nuestro caso con una pugna entre autoridades que han llevado al terreno del manejo de la pandemia sus diferencias.
Por supuesto que prolongar la Ley Seca no era una medida que fuera a ganar muchos aplausos, primero por las pérdidas en cadena que genera entre los dueños de los negocios del sector ocio, sus empleados y sus proveedores, y luego por que parece que esta sociedad, o parte de ella, supone que la no disponibilidad de bebidas alcohólicas es una prefiguración del fin de los tiempos, pues los hay que piensan que no hay ninguna manera de esparcimiento donde pueda faltar el alcohol y la embriaguez.
Justo por esta condición fue que mientras los dueños de bares y antros vieron cómo se perdía la noche dorada del pasado martes, en diferentes rumbos de la periferia de esta capital, y seguramente en varios puntos del interior, se armaron tremendas pachangas donde, peor que la no venta de alcohol, se distribuyeron ríos de bebidas espirituosas y se saltaron a la vez todas las medidas de precaución, mientras que se reportaba venta clandestina de estos mejunjes, ya en tiendas que hicieron su agosto estos días, ya por medio de servicios de entrega a domicilio.
Y es allí, en ese descontrol y en las pérdidas millonarias de restauranteros y dueños de cantinas y antros, donde algunos justifican la negativa a prolongar la medida otros días más, sin atender a que las cifras sobre el avance de la pandemia, alarmantes como son, no dan una idea a cabalidad del estado de las cosas, lo que saben perfectamente las autoridades estatales y municipales.
Como sea que la medida está tomada, es momento de reclamar a los dueños de estos negocios y a las autoridades el cumplimiento irrestricto de las medidas, en el entendido de que si esto se sale de control en la anunciada segunda oleada, y a la espera de la vacuna, nos podemos ver pronto ante una decisión de parar todo de nuevo e irremediablemente, lo que nos llevaría a un escenario tan catastrófico como no bien previsto.