Para los bienaventurados que siguen creyendo, no sólo que la pandemia es un mito genial o que si no lo es la cosa no va con ellos, y más todavía que eso de los rebrotes es otro mito genial, anteayer los expertos sanitarios de la Gran Bretaña hablaban de la posibilidad de alcanzar en las próximas semanas una media de 50 mil contagios diarios y un promedio de 200 decesos al día.
Un anuncio de esa naturaleza en este país, lo sabemos, habría sido interpretado por un ataque reaccionario, acompañado con alguna folclórica declaración de que la Medicina no es sino un ejercicio de malvados neoliberales, y aunque el premier británico es de signo populista, no lo fue tanto como para salir con un domingo 7 y ayer anunció nuevas restricciones a varias actividades para evitar llegar a ese escenario.
Las medidas anunciadas por Boris Johnson, en la línea de lo que están ya haciendo en España, Francia e Italia, consisten por ahora en devolver a millones de trabajadores británicos a su casa a teletrabajar e imponer un toque de queda para los pubs y restaurantes, donde se limitarán aforos y se dejará de servir en las famosas barras de los característicos bares del Reino Unido.
Por ahora las medidas de la segunda alerta por Covid-19 en ese país, se limitan a eso, pues los economistas en el Gabinete de Johnson le convencieron de no ordenar cierres de empresas no esenciales para no dar la puñalada definitiva a la maltrecha economía de ese país, lo que más o menos es la estrategia, hasta ahora, de sus pares de la Europa continental, donde de cualquier manera se sabe que de agravarse la situación vendrían nuevas órdenes de suspender actividades comerciales e industriales.
De hecho en Inglaterra se habla de la posibilidad de volver a cerrar parcialmente las fronteras y limitar el tráfico aéreo desde y a las islas, lo que sin duda sería un golpe letal a varios de los sectores productivos más afectados por la pandemia.
Esta situación choca, como dos trenes que se encuentran de frente, con la visión negacionista de nuestro mandatario, que ayer decretó de nuevo que vamos de salida y que descartaba el rebrote, esperado en territorio mexicano para noviembre próximo, una posición que, por cierto y seguramente muy a su pesar, no comparte López-Gatell que, sumiso a su jefe y todo, seguramente sí está en posesión de otros datos y sabe la que se viene para el próximo invierno.
Donde también están ya curándose en salud es en Hacienda, donde se habla de la muy posible llegada de la segunda oleada de contagios y muertes y se toman previsiones, pues se sabe que la fragilidad extrema de nuestra economía, debilitada por el presidente desde antes de la pandemia, no resistiría un nuevo confinamiento y la necesaria orden de cerrar de nuevo algunos sectores productivos.
El aumento de la deuda pública y el uso de esos recursos, ya no para dilapidarlos en dádivas o rifas, sino en un programa de estímulo a la actividad económica, algo así como el recomendado plan anti cíclico que desdeñó el presidente en abril pasado, fue sugerido ayer, no por un malandrín conservador o un despreciable tecnócrata neoliberal, sino por su subsecretario de Hacienda, Gabriel Yorio, quien reconoce que es real el riesgo de que en unas semanas estemos otra vez en un segundo pico de casos nuevos de contagios y de fallecimientos.