Se me ocurre, Armando, para apartar las mentes de tanta politiquería, compartir hoy contigo algunas coplas que he recogido a lo largo de mi caminar. Difícil es determinar su origen, pues sucede con ellas como con las canciones: algunas que creemos mexicanas son extranjeras, y al revés. Por ejemplo, aquélla que dice: «En el tronco de un árbol una niña / grabó su nombre henchida de placer…», canción que creemos yucateca, es cubana, lo mismo que «El adiós del soldado». Por el contrario, en muchos países piensan que «Sobre las olas» es un vals vienés, y es más mexicano que el pulque, aunque ciertamente más refinado. La copla, sobrino, es una composición poética corta, escrita en verso, que se hace para expresar sentimientos, generalmente de amor -ésos son los más sentimentales-, o pensamientos de filosofía parda, ya graves, ya festivos. Casi siempre la copla tiene origen popular, aunque también las hay -como las de Jorge Manrique o Antonio Machado- escritas por autores cultos. No está por de más decir que la palabra «copla» viene de «cópula», en este caso referido el vocablo a la unión de los versos. Lee ahora algunas de las coplas que recogí. Desde ahora te digo que no me hago responsable de su contenido. Seguramente algunas, por antiguas, no se adaptan a lo políticamente correcto de la actualidad. Ahí van: «El amor por las mujeres / es como lumbre en pajar: / una vez que se ha encendido / ya no se puede apagar». «De tu ventana a la mía / me tirastes un limón. / Lo dulce quedó en el aire, / lo amargo en mi corazón». «Un beso te quiero dar, / pero de fijo no sé / ni cuándo lo he de empezar / ni cuando lo acabaré». «Dos flores bellas tenía / un amante cuitlacoche, / y así de las dos decía: / ‘Una es mi huele de noche, / y otra mi apesta de día'». «Desde que te vi venir / le dije a mi corazón: / ¡Qué bonita piedrecita / para darme un tropezón!». «La mujer que quiere a dos / es discreta y entendida: / si una vela se le apaga / la otra le queda encendida. / La mujer que quiere a dos / los quiere como a hermanitos: / a uno le pone los cuernos, / al otro los pitoncitos». (Los «pitoncitos» son los senos). «Un zapatero fue a misa, / y no hallando qué rezar, / andaba por los altares: / ‘¡Zapatos qué remendar!'». «Llévate la lima, / llévate el limón, / llévate las llaves / de mi corazón». «Si me muero, de mi barro / hágase, comadre, un jarro. / Si tiene sed, en él beba. / Si a la boca se le pega / son los besos de su charro». «Palomita enlutadita, / dime quién se te murió. / Si se te murió tu amante / no llores, que aquí estoy yo». «De domingo a domingo / te veo la cara / cuando vas a la misa, / cielito lindo, por la mañana. / Ay, ay, ay, ay, / yo bien quisiera / que toda la semana, / cielito lindo, /domingo fuera». «El cuervo, siendo tan negro, / no se puede mantener. / Yo, que ni guaraches tengo, / tengo querida y mujer». «Qué tristes quedan los campos / cuando el sol se va poniendo. / Así quedan los amantes / cuando se están despidiendo». «Lázalo, lázalo, lázalo, / lázalo que se te va. / Dame un besito, morena, / de pura casualidá». Éstas son algunas de las coplas que he anotado, Armando. Como ves, pertenecen a otro tiempo, y por lo tanto a otra sensibilidad. Algunas de ellas no podrían decirse hoy sin levantar resquemores. Pero las más de ellas, pienso, son coplas de pueblo -del pueblo-, y no saben de convencionalismos. Como le salen al anónimo poeta, así las dice o así las canta. En este día, tan de México, quise regalarte estas coplas, algunas de ellas muy mexicanas. Encuentro muy adecuado terminar con ésta: «Señores, ya no les canto. / Ya me duele la garganta. / Será porque no me han dado / de esa agüita que ataranta». FIN.
MIRADOR
El gato camina sobre el muro de adobe del corral y lo convierte en un dibujo egipcio.
Me pregunto a dónde va. No tiene hambre -lo vi comer en la cocina-, ni es de noche, cuando las sombras propician el amor.
Pienso que ha trepado a la pared para que lo veamos. Es vanidoso, lo conozco bien, y muestra su sinuoso andar igual que John Wayne mostraba el suyo, o Henry Fonda. Algo de artista tiene ese gato que nunca deja que lo acaricies y al que no he oído nunca ronronear.
Quiero apartar la vista de él, para que no se salga con la suya, pero no puedo hacerlo. Recortado su color gris contra el azul del cielo es la imagen de la elegancia, de la distinción. Pasea con paso real su gracia y su fiereza.
Llega al final del muro. Va a saltar a la azotea. Pero antes de desaparecer vuelve hacia mí su cabeza de pequeño tigre y me dirige una mirada desdeñosa.
Me siento empequeñecido por el gato. Y sé la causa: no soy libre como él.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…México, país de obesos…»
Según mi leal entender
esos datos son muy vanos.
Incontables mexicanos
se la pasan sin comer.