«Eres un pésimo amante». Eso le dijo Dulcimela a Inepcio después del primer trance amoroso en la luna de miel. El novio se irritó. Le preguntó, enojado, a la muchacha: «¿Cómo puedes formarte esa opinión de mí después de sólo 10 segundos?»… Un tipo le comentó a su amigo: «Tengo una jaqueca horrible». Dijo el otro: «Cuando a mí me sucede eso pongo la cabeza en el busto de mi esposa, y en menos de 15 minutos se me pasa el dolor». «Me parece muy bueno ese remedio —observó el primero—. ¿Estará tu señora en la casa?»… Luego de tres meses de casada la chica le anunció a su mamá que iba a tener mellizos. Añadió con orgullo: «Dice el doctor que eso sucede solamente una de cada mil veces». «¡Santo Cielo! —exclamó la señora—. ¿Y a qué horas hacías el quehacer?»… Me apenó grandemente la noticia de la detención en Estados Unidos del General Salvador Cienfuegos, ex-secretario de la Defensa. El hecho por sí solo constituye un golpe para el Ejército, si bien —coincido en eso con el presidente López Obrador— no disminuye en modo alguno el prestigio del Instituto Armado. La conducta de un mal elemento no afecta la integridad de la institución de la cual forma parte. Yo me formé en la tradición del respeto a las Fuerzas Armadas. Para mí el Ejército Nacional y la Bandera Nacional han sido la misma cosa. Al paso de los años supe que algunos jefes y oficiales no estaban a la altura del código de honor que se les imbuyó en el glorioso Colegio Militar. Ese conocimiento, sin embargo, jamás me hizo perder ni un ápice de la consideración en que siempre he tenido al Ejército mexicano. Tampoco lo sucedido ahora amengua en mí ese buen concepto. Corrompidos algunos de sus miembros, la corrupción de unos cuantos no afecta a los demás. Si los altos mandos del Ejército siguen poniendo la lealtad a la Patria por encima de todo, México seguirá teniendo en sus solados los mejores guardianes de su libertad, su democracia, su paz y su legalidad… Un sujeto entró en el Bar Ahúnda. Su presencia llamó la atención de los asiduos concurrentes al establecimiento, pues el sujeto llevaba sobre el hombro un chango, macaco, mono, simio o cuadrumano. Mientras el tipo bebía su cerveza el animalejo se puso a deambular por la cantina, y subió a la mesa de carambola que en el salón de juegos tenía el propietario. Sucedió entonces algo insólito: ante el asombro general el tal macaco tomó una de las bolas, se la llevó a las fauces y se la tragó expeditamente como si fuera alimento o golosina. Al ver aquello el cantinero se consternó. «¡Chango cabrón! —clamó desesperado—. ¡Esa bola era finísima, de marfil elefantino! ¡Con ella jugó aquí Joe Chamaco, mexicano, de Guaymas, campeón del mundo en ese juego! ¡Antes que perder esa bola habría preferido sacrificar una de las mías!». Y echándose a llorar con desconsuelo repitió su ululato pesaroso: «¡Chango cabrón!». El hombre del mono, avergonzado por el desmán del mico, pidió su cuenta y salió de la taberna seguido por la mirada de reproche de los parroquianos. Al día siguiente, para sorpresa del tabernero y la clientela, regresó el individuo con el animal y le entregó al dueño de la cantina la bola que el simio se había tragado el día anterior. «Está debidamente lavada y desinfectada» —dijo. Mientras eso decía el hombre, el cantinero observó con inquietud que el mono tomaba un cacahuate de los de la botana y se lo llevaba a la parte posterior. Le preguntó, alarmado, al hombre: «¿Y ahora qué está haciendo el desgraciado chango?». Explicó el tipo. «Desde que se comió la bola de billar, y tuvo que descomerla luego, ahora se mide las cosas antes de tragárselas»… FIN.
MIRADOR
El último artículo de Malbéne, publicado por la revista Lumen, seguramente suscitará polémica entre sus colegas. Dice en su texto el discutido teólogo:
«El signo de la cruz tiene dos trazos: vertical uno, horizontal el otro. El primero, que va hacia las alturas, representa la aspiración por lo divino. El segundo contempla el horizonte de lo humano. Si uno de esos dos trazos falta no hay cruz. Quiero decir que si en lo humano no se halla lo divino el sentido de humanidad no está completo. Y si en lo divino está ausente lo humano la idea de la divinidad no se completará. Dios se hizo hombre para ser plenamente Dios. El hombre debe acercarse a Dios para ser plenamente hombre».
La dependencia mutua de lo humano y lo divino sugerida por Malbéne sin duda escandalizará a muchos, y más la forma en que da fin a su escrito: «Sin Dios nada. Pero nada, tampoco, sin el hombre».
Su frase coincide con la propuesta que ha hecho el lovaniense de una «teología humana». Afirma: «Divinizar lo humano es tarea que los teólogos hemos de cumplir. Pero otro deber tenemos: humanizar lo divino».
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Detienen en Estados Unidos a un alto mando del Ejército…».
Lo digo con desparpajo:
he estado considerando
que ese llamado «alto mando»
era en realidad muy bajo.